GUILLERMO VALENCIA SIMBOLO NACIONAL DE LA CONSTITUCION DE 1886(PARTE II: SU POETICA)
POr Omar Lasso Echavarría
omarmacondolibros@hotmail.com
Su poética se ajusta al precepto de vida de Rubén Darío, cuando dice: “Como hombre he vivido en lo cotidiano, como poeta no he claudicado nunca, siempre he tendido a la eternidad”. Los siguientes versos de José Asunción Silva: “Allí la Vida llora y la Muerte sonríe, / y el Tedio, como un ácido, corazones deslíe”,y la máxima salomónica: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, presiden el tono y contenido de su poesía. El mundo poético de Valencia está poblado de amargura y pesimismo, consecuencia tal vez de sus derrotas políticas. Se refugió en el humanismo y se entregó a la resignación, como resultante de una sabiduría asimilada a través del conocimiento de la historia, el estoicismo y la religión católica.
Respecto a la concepción poética, la poesía es para Valencia una forma de conocimiento, la más esencial de todas, que intuye lo puro e inviolado durante el silencio, como si se tratara de esencias platónicas. Esto se nota cuando escribe: “deja oír el silencio de las frases no escritas, / roedor alfabeto que al espíritu quitas / tantas fibras sonoras, ¡tanta gota de miel!”. De acuerdo con este planteamiento el éxtasis precede al lenguaje, y se entiende por qué la poesía valenciana es grandilocuente, por la necesidad de poner el lenguaje, de por sí defectuoso, a la altura de sus grandes intuiciones, que requieren máxima belleza y precisión, porque las esencias no pueden vestirse de harapos, sino de finas telas, encajes y pedrerías. Por tanto, su estética se halla sujeta a la eficacia del lenguaje, que en su caso alcanza una solvencia pocas veces lograda por otros poetas. En este orden de ideas su estilo puede parecer artificioso sólo a quienes no se hallan a la altura de su pensamiento ilustrado. La estética valenciana une sensibilidad y maestría artística; en ella las palabras, en rima, se atraen como los amantes, tal como lo confirman estos versos: “la luz amarilla / que en ráfagas brilla / y apenas alumbra / la tibia penumbra. ... Cual fijo en papiro / la piel de vampiro / despliega en la sombra / vocablo que asombra”. A pesar de la resignación y el pesimismo de Valencia no hay nada pequeño en esta poesía que refleja lo más general de la condición humana; el hombre aparece como la suma de todos los hombres, y la mujer como la suma de todas de todas las mujeres. Una poesía que se ocupa del destino humano escogerá el lenguaje más exquisito y los símbolos más elevados de la cultura y la historia.
En lo atinente a su estética modernista el común de la crítica lo ha situado en la corriente parnasiana, donde la inspiración está sujeta a la artesanía del verso. No es tan exacto en Valencia que la “orfebrería” preceda a la inspiración, tal como lo constatamos al referirnos a su técnica poética. Ante todo, digamos que la poesía de Valencia se desarrolla principalmente en la esfera consciente del yo, como prolongación inspirada de su pensamiento; en ella no hay asaltos de capas más profundas del inconsciente, lo cual lo alejaría de la corriente romántica, en sentido estricto. Sus preocupaciones metafísicas se mueven en un terreno exterior al inconsciente. Es decir, no realiza un proceso de demolición interno, como sí lo llevaron a cabo los románticos franceces. Su observación se halla dirigida afuera, hacia una realidad ya constituida por la historia. Es, de alguna manera, un poeta objetivante, evasivo de su mundo íntimo, lugar del cual procede, realmente, toda angustia. Como buen conocedor de la historia, la cultura y la tradición católica, y por su deliberada musicalidad y el uso que hace de símbolos para expresar sus intuiciones poéticas se lo podría catalogar, en parte, como un poeta simbolista. Por otro lado, nadie se atrevería a afirmar que no hay sentimiento en la poesía de Valencia, pero se trata de impresiones leves que no trascienden la epidermis, y se hallan distantes de ocasionar terremotos interiores.
Marcado por la influencia de José Asunción Silva, heredó de él su estética. Los siguientes versos atestiguan la lección del maestro: “Ambicionar la túnica que modelaba Grecia, / y los desnudos senos de la gentil Lutecia ; / pedir en copas de ónix el ático nepentes; / ansias para los triunfos, el hacha de Arminio / buscar para los goces el oro del triclinio; / amando los detalles, odiar el universo; / sacrificar un mundo para pulir un verso [...] tener la frente en llamas y los pies entre el lodo; / querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo; / eso fuiste ¡oh poeta! los labios de tu herida / blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida. Sin embargo, Mientras Silva es un poeta introvertido respecto a su poesía, Valencia es extrovertido; sustituye lo particular por lo general; el primero sacrifica un mundo, el segundo, las vivencias de su yo íntimo. En otras palabras el drama de la poesía en Silva es él mismo; en Valencia es la humanidad. Su estética se refleja con mayor precisión en los siguientes versos: “dadme el verso pulido en alabastro, / que, rígido y exangüe, como el ciego / mire sin ojos para ver: un astro / de blanda luz cual cinerario fuego. / ¡busco las rimas en dorada lluvia; / chispa, fuentes, cascada, ola¡ / ¡quiero el soneto cual león de Nubia: de ancha cabeza y resonante cola!”. Como se aprecia, se trata de la contemplación interior de la belleza, como reflejo, vestida suntuosamente por el verso. Recordemos que el modernismo hispanoamericano incorporó elementos del romanticismo europeo, por ejemplo el gusto por lo exótico y la ilusión compensadora de la realidad como verdad suprema; de igual modo el Simbolismo, alejado de la angustia de los primeros románticos, tenía algo de artificial, donde se hallaba el poder encantador de la recurrencia a la elegancia y el buen gusto, propios de la élite culta y acomodada. El poeta simbolista vuela en su ensoñación sobre este mundo preciosista e ilusorio, enmarcado en una selección rigurosa de símbolos del drama espiritual humano, de elevadas aspiraciones. Todos estos elementos presentes en la poética de Valencia van en consonancia con su belleza abstracta y los ideales aristocrático-religiosos. Por ello, le encontramos sentido a la afirmación del crítico argentino Enrique Anderson Imbert, que ha hecho carrera, sobre la poética de Guillermo Valencia, cuando dice: “tiene corazón romántico, ojos de parnasiano y, oído de simbolista”.
Recapitulando, las características más visibles de la poética de Valencia son las siguientes: 1) La dimensión universal-cosmopolita que abreva en la mitología, la religión y la historia. 2) La tendencia descriptiva, decorativa, y escultórica. 3) El esteticismo que sitúa a la Belleza como suprema realidad estética. 4) La preponderancia de la técnica en detrimento de la inspiración. 5) La escogencia de temas grandilocuentes. 6) La ideología conservadora en sus temas y propósitos. Y, 7) Como persona es una celebridad pública, no un dandy descarriado.
Finalmente, la poesía de GuillermoValencia, modelo de una época premoderna que buscaba la unidad social, política y cultural en la ideología del cristianismo católico, quedó relegada definitivamente en la historia, ante el triunfo definitivo de la democracia burguesa inspirada en ideales filosóficos seculares. Las huellas que aun quedaban de la constitución original de 1886, al cabo de incontables reformas, fueron borradas del todo en la Nueva Constitución de 1991, la cual refleja un contexto histórico muy distinto.
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYAN 1980-2005 (PARTEVI)
GUILLERMO VALENCIA SIMBOLO NACIONAL DE LA CONSTITUCION DE 1886 (Parte I: ASPECTO SOCIOPOLITICO)
Por OMAR LASSO ECHAVARRIA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Ago. 23 de 2009
Centrando el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán con el terremoto de 1983, y en toda Colombia con la Constitución de 1991, tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a fines del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
Guillermo Valencia (1873-1943). Encarna, en su calidad de humanista, aristócrata, conservador, católico, buen ciudadano y patriota, los ideales y valores de la Constitución de 1886, a cuyo orden, de convivencia social armónica bajo preceptos de la iglesia Católica, se mantuvo siempre fiel. Con él culmina, en Colombia, la época del político “ilustrado”, y acaso también la del poeta civil. Fue poeta de su tiempo, de su clase social en Popayán, aunque algo rezagado en el contexto de las ideas de la época, tanto en lo estético como en lo social y político. El modelo de la élite conservadora e ilustrada era todavía entonces el humanismo hispánico, católico y grecorromano, heroico y ecuménico, el estoicismo cristiano y el formalismo de la ley. Todo ello en oposición a las corrientes ilustradas que bebieron en la fuente de las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana, en el empirismo, el positivismo y el pragmatismo.
Guillermo Valencia consciente como ciudadano, como político y como poeta de su ethos aristocrático recrea en su poesía los símbolos de la nacionalidad colombiana, de tradición católica y conservadora. En ella distingue tres estadios bien definidos que componen el orden ontológico de su cosmovisión social y poética: 1) El reino divino, 2) El orden aristocrático de los mártires, y 3) El de la plebe, tal como se aprecia en la siguiente cita: “En torno de las cruces / do murieron las víctimas, aullando / se amontonó la plebe enfurecida / como un tropel de deslomadas hienas, / Y abajo, los zarzales por alfombra, / y arriba, el Numen, el Amor y la Calma; / los mártires, en medio, / rasgando -muertos— la terrena sombra / al blando golpe de su fresca palma”. En este esquema piramidal la aristocracia se rige por las buenas maneras, la elegancia y la delicadeza, y la plebe por el instinto; aquella necesita del ideal, que naufraga por culpa de la plebe; ésta, en cambio, necesita del sometimiento y la amenaza del infierno. En el poema “Caballeros Teutones” resalta los valores nobles de la honra y el respeto a los códigos de honor que aconsejan morir primero antes que deshonrarse, del modo como sigue: “A destrizar la sórdida gavilla / bastaba la teutónica cuchilla; / pero la ley caballeresca manda / perecer sin defensa en la demanda / antes que herir a gentes de trahilla”. La plebe está conformada por el pueblo, los campesinos, los indios y los mineros. Al respecto dice Baldomero Sanín Cano, amigo de Valencia y prologuista de “Ritos”: “Las glorias del pasado español las ha hecho propias, y el espíritu maleante de sus vecinos ha señalado en su recinto la piedra que cubre los restos inmortales del Ingenioso Hidalgo”. Son frecuentes, en su poesía, los calificativos despectivos hacia la plebe: “[...salvajes de puño sanguinario”, “mesnada oscura”, impura falange de malsines y traidores “zurda banda de pillos y gañanes”, “sórdida gavilla”, “tropel de deslomadas hienas”; además: rufianes, turba, vulgo, etc. Sólo en el poema Anarkos, se vislumbra la sensibilidad social del poeta de Popayán; en él encontramos un sentimiento de piedad hacia los mineros, artífices de las grandes fortunas del Cauca. El poema lleva por epígrafe el famoso aforismo de Nietzsche: “[...] Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es espíritu”, escogencia que causa perplejidad, por hallarse fuera del contexto de su poética y, aun, del poema mismo, cuyo final concluye en la más absoluta sumisión a los preceptos católicos, contrario al credo nietzscheano. Aunque en el poema intuye una posible rebelión contra los amos, al recordar los sucesos de la Revolución Francesa y el cambio de época, neutraliza estos vientos, a través de la invocación conciliadora del Papa y de Jesucristo. El orden ecuménico lo representa Dios, la religión Católica y su organización eclesiástica, tan importantes para la conducción del mundo como el gobierno civil y el poder militar.
Acorde con su credo parnasiano y su educación aristocrática desterró de su poesía las alusiones al universo personal de infortunios y desajustes de la subjetividad, porque de acuerdo con las buenas maneras es preferible aparentar que exhibir las miserias. Lo normal en esta esfera de buenos modales es controlar los instintos, ignorarse como individuo particular, respondiendo a un modelo de hombre, de católico, de ciudadano y patriota, como, sin duda, se lo inculcaron en el Seminario de Popayán, donde hizo su bachillerato y se inició en el humanismo y las lenguas clásicas, incluyendo el hebreo, bajo la orientación del profesor Malezieux. Todo ello, más sus viajes por Europa, le confirieron una aureola de superioridad que le permitió desarrollar una vocación universal en su poética, en la cual prefirió no hablar de sí mismo, sino del género humano como portador de los más altos ideales. Quizá por ello le atrajo Nietzsche, aunque su pensamiento vaya en contravía del filósofo. Sin embargo, desea conservar a toda costa la moral de los señores.
Lo abruma la relación entre su yo y el finito, haciendo dolorosa la resignación, pero vislumbra en la eternidad el camino de salvación para salir de la angustia. Si el hombre se conformara con la pequeñez no sentiría angustia, mas como desea la grandeza, está expuesto al desengaño, por lo cual pregunta: “¿Es débil gemido / que anuncia el olvido, / o símbolo oscuro / que cifra el futuro? / ¿ Es la oculta clave / del amor humano, / o el ¡ay! De un gusano / que quiso ser ave ¿ave?”. En este sentido, el cristianismo creyó haber resuelto la angustia del hombre, al proporcionarle a través de la Redención un sentido a la vida humana. De igual modo el misterio, otro de los temas predilectos en la poesía Valenciana, se resuelve mediante la certeza en la creencia religiosa. La relación entre la pequeñez del ser humano, amenazado por la desgracia, la muerte y la condenación, versus el infinito, representado por Dios, es tan radical como absurda y se resuelve en el terreno de la fe, de acuerdo con los dogmas y el existencialismo cristiano de Kierkegaard. Esta apuesta abismal aumenta la pequeñez del ser humano; la vida parece un soplo, que llena al poeta de las más duras contriciones. Se mira así mismo como alguien que se despide preso de la melancolía ante el pobre balance de la existencia y lo inútil del propósito humano. La vida del hombre sólo tiene sentido en función de la Ciudad de Dios, como en San Agustín.
Por OMAR LASSO ECHAVARRIA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Ago. 23 de 2009
Centrando el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán con el terremoto de 1983, y en toda Colombia con la Constitución de 1991, tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a fines del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
Guillermo Valencia (1873-1943). Encarna, en su calidad de humanista, aristócrata, conservador, católico, buen ciudadano y patriota, los ideales y valores de la Constitución de 1886, a cuyo orden, de convivencia social armónica bajo preceptos de la iglesia Católica, se mantuvo siempre fiel. Con él culmina, en Colombia, la época del político “ilustrado”, y acaso también la del poeta civil. Fue poeta de su tiempo, de su clase social en Popayán, aunque algo rezagado en el contexto de las ideas de la época, tanto en lo estético como en lo social y político. El modelo de la élite conservadora e ilustrada era todavía entonces el humanismo hispánico, católico y grecorromano, heroico y ecuménico, el estoicismo cristiano y el formalismo de la ley. Todo ello en oposición a las corrientes ilustradas que bebieron en la fuente de las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana, en el empirismo, el positivismo y el pragmatismo.
Guillermo Valencia consciente como ciudadano, como político y como poeta de su ethos aristocrático recrea en su poesía los símbolos de la nacionalidad colombiana, de tradición católica y conservadora. En ella distingue tres estadios bien definidos que componen el orden ontológico de su cosmovisión social y poética: 1) El reino divino, 2) El orden aristocrático de los mártires, y 3) El de la plebe, tal como se aprecia en la siguiente cita: “En torno de las cruces / do murieron las víctimas, aullando / se amontonó la plebe enfurecida / como un tropel de deslomadas hienas, / Y abajo, los zarzales por alfombra, / y arriba, el Numen, el Amor y la Calma; / los mártires, en medio, / rasgando -muertos— la terrena sombra / al blando golpe de su fresca palma”. En este esquema piramidal la aristocracia se rige por las buenas maneras, la elegancia y la delicadeza, y la plebe por el instinto; aquella necesita del ideal, que naufraga por culpa de la plebe; ésta, en cambio, necesita del sometimiento y la amenaza del infierno. En el poema “Caballeros Teutones” resalta los valores nobles de la honra y el respeto a los códigos de honor que aconsejan morir primero antes que deshonrarse, del modo como sigue: “A destrizar la sórdida gavilla / bastaba la teutónica cuchilla; / pero la ley caballeresca manda / perecer sin defensa en la demanda / antes que herir a gentes de trahilla”. La plebe está conformada por el pueblo, los campesinos, los indios y los mineros. Al respecto dice Baldomero Sanín Cano, amigo de Valencia y prologuista de “Ritos”: “Las glorias del pasado español las ha hecho propias, y el espíritu maleante de sus vecinos ha señalado en su recinto la piedra que cubre los restos inmortales del Ingenioso Hidalgo”. Son frecuentes, en su poesía, los calificativos despectivos hacia la plebe: “[...salvajes de puño sanguinario”, “mesnada oscura”, impura falange de malsines y traidores “zurda banda de pillos y gañanes”, “sórdida gavilla”, “tropel de deslomadas hienas”; además: rufianes, turba, vulgo, etc. Sólo en el poema Anarkos, se vislumbra la sensibilidad social del poeta de Popayán; en él encontramos un sentimiento de piedad hacia los mineros, artífices de las grandes fortunas del Cauca. El poema lleva por epígrafe el famoso aforismo de Nietzsche: “[...] Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es espíritu”, escogencia que causa perplejidad, por hallarse fuera del contexto de su poética y, aun, del poema mismo, cuyo final concluye en la más absoluta sumisión a los preceptos católicos, contrario al credo nietzscheano. Aunque en el poema intuye una posible rebelión contra los amos, al recordar los sucesos de la Revolución Francesa y el cambio de época, neutraliza estos vientos, a través de la invocación conciliadora del Papa y de Jesucristo. El orden ecuménico lo representa Dios, la religión Católica y su organización eclesiástica, tan importantes para la conducción del mundo como el gobierno civil y el poder militar.
Acorde con su credo parnasiano y su educación aristocrática desterró de su poesía las alusiones al universo personal de infortunios y desajustes de la subjetividad, porque de acuerdo con las buenas maneras es preferible aparentar que exhibir las miserias. Lo normal en esta esfera de buenos modales es controlar los instintos, ignorarse como individuo particular, respondiendo a un modelo de hombre, de católico, de ciudadano y patriota, como, sin duda, se lo inculcaron en el Seminario de Popayán, donde hizo su bachillerato y se inició en el humanismo y las lenguas clásicas, incluyendo el hebreo, bajo la orientación del profesor Malezieux. Todo ello, más sus viajes por Europa, le confirieron una aureola de superioridad que le permitió desarrollar una vocación universal en su poética, en la cual prefirió no hablar de sí mismo, sino del género humano como portador de los más altos ideales. Quizá por ello le atrajo Nietzsche, aunque su pensamiento vaya en contravía del filósofo. Sin embargo, desea conservar a toda costa la moral de los señores.
Lo abruma la relación entre su yo y el finito, haciendo dolorosa la resignación, pero vislumbra en la eternidad el camino de salvación para salir de la angustia. Si el hombre se conformara con la pequeñez no sentiría angustia, mas como desea la grandeza, está expuesto al desengaño, por lo cual pregunta: “¿Es débil gemido / que anuncia el olvido, / o símbolo oscuro / que cifra el futuro? / ¿ Es la oculta clave / del amor humano, / o el ¡ay! De un gusano / que quiso ser ave ¿ave?”. En este sentido, el cristianismo creyó haber resuelto la angustia del hombre, al proporcionarle a través de la Redención un sentido a la vida humana. De igual modo el misterio, otro de los temas predilectos en la poesía Valenciana, se resuelve mediante la certeza en la creencia religiosa. La relación entre la pequeñez del ser humano, amenazado por la desgracia, la muerte y la condenación, versus el infinito, representado por Dios, es tan radical como absurda y se resuelve en el terreno de la fe, de acuerdo con los dogmas y el existencialismo cristiano de Kierkegaard. Esta apuesta abismal aumenta la pequeñez del ser humano; la vida parece un soplo, que llena al poeta de las más duras contriciones. Se mira así mismo como alguien que se despide preso de la melancolía ante el pobre balance de la existencia y lo inútil del propósito humano. La vida del hombre sólo tiene sentido en función de la Ciudad de Dios, como en San Agustín.
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYÁN 1980-2005 (PARTE V)
EL AMBIENTE INSTITUCIONAL
Por Omar Lasso Echavarría
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Creemos que el movimiento poético posterremoto en Popayán se consolidó a través del proyecto literario del recital universitario “Palabras y Notas”, animado por Guido Enríquez y Edgar Caicedo Cuéllar, la Revista de poesía “Ophelia”, y los encuentros de poesía “Ciudad de Popayán”, organizados por la Corporación de Arte Fundapalabra. y el Recital semestral “Palabras y Notas”, proyectos de los cuales algunos de los poetas mencionados fueron fundadores y gestores. Sin embargo, esta parte material e inmaterial no hubiera sido posible sin el patrocinio económico de diversas instituciones como el Área Cultural del Banco de la República, la Biblioteca Pública Departamental “Rafael Maya” de Comfacauca, la Fundación Cultural del Banco del Estado, el Ministerio de Cultura, el Fondo Mixto de Cultura del Cauca, la Fundación Casa de la Cultura y la Alcaldía Municipal de Popayán, que en 1992-1994 tuvo un alcalde sensible a lo artístico y consciente en ese momento del ethos cultural de la ciudad, como lo fue Luis Fernando Velasco, quien contribuyó en la financiación del “Encuentro de Poesía Ciudad de Popayán”, evento anual que en diez años de realización alcanzó dimensiones internacionales, y fue decisivo para nuestros poetas en su afán de lograr la interlocución externa y alcanzar la mayoría de edad.
Para cerrar este inventario de motivos que propiciaron el florecimiento de la cultura en Popayán, tengo que citar finalmente, con la modestia debida, el papel que desempeñó Macondo, libros y tertulia, como punto de referencia y confluencia de este grupo multigeneracional. Esta librería fue, en el curso de su historia, una especie de Gruta Simbólica o de Café automático en Bogotá o la Cueva de Barranquilla; es decir, una ventana a la cultura y al mundo. Por ella pasaron infinidad de creadores, muchos de los cuales dejaron su mensaje en las Bitácoras de Macondo. Jaime García Mafla la llamó “la librería angélica”. Por su parte, Lisandro Duque dijo de ella: “En Macondo conocí a la gente que me hacía falta”. Varias referencias aparecieron en revistas y periódicos, como en la edición del 9 de agosto de 1996 en Le mond de París y, recientemente, en un libro publicado en Francia, sobre pequeñas librerías culturales del mundo titulado Ici, lá-bas. Librairie Meura, Lille, 2005.
Queda pendiente la tarea de investigar otros antecedentes literarios importantes que abrieron el camino a esta generación, explorando nuevos temas y lenguajes: Carmen Paredes Pardo, Elcías Martán Góngora, Alberto Mosquera, Gerardo Valencia, Plutarco Elías Ramírez, Matilde Espinosa, Gloria Cepeda Vargas, Víctor Paz, Alfredo Vanín y la generación de la revista La Rueda, integrada por Carlos Fajardo y Cristóbal Gnecco entre sus poetas más consolidados. También Habría que tratar de reconstruir algunas líneas poéticas características en la historia de la poesía caucana que vienen de Guillermo Valencia, Rafael Maya, la tradición de la poesía epigramática, satírico-festiva y la poesía social o política, lo cual sugiere otro ensayo. Ahora nos interesa centrar el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán a partir del terremoto de 1983 y la Constitución de 1991. Para ello tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a finales del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
Por Omar Lasso Echavarría
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Creemos que el movimiento poético posterremoto en Popayán se consolidó a través del proyecto literario del recital universitario “Palabras y Notas”, animado por Guido Enríquez y Edgar Caicedo Cuéllar, la Revista de poesía “Ophelia”, y los encuentros de poesía “Ciudad de Popayán”, organizados por la Corporación de Arte Fundapalabra. y el Recital semestral “Palabras y Notas”, proyectos de los cuales algunos de los poetas mencionados fueron fundadores y gestores. Sin embargo, esta parte material e inmaterial no hubiera sido posible sin el patrocinio económico de diversas instituciones como el Área Cultural del Banco de la República, la Biblioteca Pública Departamental “Rafael Maya” de Comfacauca, la Fundación Cultural del Banco del Estado, el Ministerio de Cultura, el Fondo Mixto de Cultura del Cauca, la Fundación Casa de la Cultura y la Alcaldía Municipal de Popayán, que en 1992-1994 tuvo un alcalde sensible a lo artístico y consciente en ese momento del ethos cultural de la ciudad, como lo fue Luis Fernando Velasco, quien contribuyó en la financiación del “Encuentro de Poesía Ciudad de Popayán”, evento anual que en diez años de realización alcanzó dimensiones internacionales, y fue decisivo para nuestros poetas en su afán de lograr la interlocución externa y alcanzar la mayoría de edad.
Para cerrar este inventario de motivos que propiciaron el florecimiento de la cultura en Popayán, tengo que citar finalmente, con la modestia debida, el papel que desempeñó Macondo, libros y tertulia, como punto de referencia y confluencia de este grupo multigeneracional. Esta librería fue, en el curso de su historia, una especie de Gruta Simbólica o de Café automático en Bogotá o la Cueva de Barranquilla; es decir, una ventana a la cultura y al mundo. Por ella pasaron infinidad de creadores, muchos de los cuales dejaron su mensaje en las Bitácoras de Macondo. Jaime García Mafla la llamó “la librería angélica”. Por su parte, Lisandro Duque dijo de ella: “En Macondo conocí a la gente que me hacía falta”. Varias referencias aparecieron en revistas y periódicos, como en la edición del 9 de agosto de 1996 en Le mond de París y, recientemente, en un libro publicado en Francia, sobre pequeñas librerías culturales del mundo titulado Ici, lá-bas. Librairie Meura, Lille, 2005.
Queda pendiente la tarea de investigar otros antecedentes literarios importantes que abrieron el camino a esta generación, explorando nuevos temas y lenguajes: Carmen Paredes Pardo, Elcías Martán Góngora, Alberto Mosquera, Gerardo Valencia, Plutarco Elías Ramírez, Matilde Espinosa, Gloria Cepeda Vargas, Víctor Paz, Alfredo Vanín y la generación de la revista La Rueda, integrada por Carlos Fajardo y Cristóbal Gnecco entre sus poetas más consolidados. También Habría que tratar de reconstruir algunas líneas poéticas características en la historia de la poesía caucana que vienen de Guillermo Valencia, Rafael Maya, la tradición de la poesía epigramática, satírico-festiva y la poesía social o política, lo cual sugiere otro ensayo. Ahora nos interesa centrar el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán a partir del terremoto de 1983 y la Constitución de 1991. Para ello tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a finales del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
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