EL AMBIENTE INTELECTUAL
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, junio 28 de 2009
Acercando más la lente encontramos algunos factores que propiciaron la investigación y la creación literaria en Popayán durante la década anterior, que alcanza, inicialmente, su punto más alto con tres premios nacionales del Ministerio de Cultura (antes Colcultura): el obtenido por Guido Barona Becerra, con el ensayo “Legitimidad y sujeción: Los paradigmas de la “invención” de América” (1993), el de Francisco Gómez Campillo con el libro de poesía “La tiniebla luminosa” (1993), y el asignado a Hortensia Alaix de Valencia, en la modalidad de literatura oral, por el libro “Literatura popular. Tradición oral en la localidad del Patía” (1994). Pero ya antes, en 1988, Horacio Ayala, entonces estudiante de literatura, había ganado el premio universitario de poesía ICFES, y Mario Erazo, compañero suyo, obtenía el segundo lugar.
Después vendría una serie de éxitos de varios poetas, que ganaron premios regionales, nacionales e internacionales. Los concursos y las becas de creación del Fondo Mixto de Cultura del Cauca y el Ministerio de Cultura impulsaron a toda una generación de investigadores y escritores. En el campo de la creación literaria sobresalió, en un principio, la poesía; luego, en el último lustro, se observa un marcado interés por la narrativa, lo cual merece un estudio aparte de esta reflexión. De igual modo, poco a poco se consolidan auténticos sellos editoriales, como el de la Universidad del Cauca, Estuario y Axis Mundi.
Este florecimiento coincide o, quizá, fue propiciado por un cambio de época en el pensamiento occidental: la crisis de la modernidad, centrada en la dominación de una razón ilustrada que pretendía imponer sus ideas a la realidad, y que en nuestro caso lo venía haciendo en una lucha enconada contra el modelo escolástico, desde la conformación de nuestro estado nacional, hasta el triunfo de las corrientes conservadoras que impusieron una Constitución de apariencia demoliberal y fundamento escolástico. Con el cambio de Constitución en 1991, en respuesta a la exigencia de un amplio reconocimiento político de la nación colombiana, nuestro país dio un viraje hacia la corriente postmoderna, caracterizada por un descentramiento de la razón ilustrada que abandonó el propósito de ejercer una legislación universal desde la soberanía del pensamiento, en sentido kantiano.
Para precisar más esta idea digamos que la Constitución colombiana efectuó un cambio considerable respecto a la concepción de sujeto implícito en ella. Pasó de un sujeto abstracto de aureola católica, con derechos generales, a una diversidad de sujetos con derechos específicos y cosmovisiones diversas que se harían valer mediante la Tutela y las Acciones populares y de Cumplimiento. En consecuencia, el papel del intelectual cambió; ya no buscaría la transformación del mundo o de la historia, sino la de su entorno y de algunas parcelas de la realidad. De este modo, se hizo corriente la participación del intelectual en política. Como fruto de este cambio de paradigma la Universidad del Cauca pasó en los últimos periodos rectorales de un modelo centralista a un modelo descentralizado, de cara a la provincia caucana. También la Gobernación del Cauca durante el período 2001-2004, fue motivo de hechos notables: la elección del indígena guambiano Floro Tunubalá.
Esto quizá como resultado del reconocimiento de las minorías étnicas y el fortalecimiento de lo alternativo en todos los ámbitos de la vida, sumado también a la crisis de los partidos políticos tradicionales. Sería éste, sin duda, el suceso más notable en la esfera de lo social y lo político que cerró el siglo XX en Popayán y el departamento del Cauca, reflejo de una época singular, que se probó y, a la vez, se agotó ante unas fuerzas y estamentos tradicionales en crisis, en medio de la ingobernabilidad propia de un sistema político de castas, que, a la postre, se fortalecería en Popayán, a través de sus partidos históricos.
Nos interesa ahora resaltar el aspecto del intelectual, ya no aislado, sino el de aquel que se integró al dinamismo social animando nuestra época. Teniendo en cuenta este punto de vista, donde el talento se mide por la capacidad de influir en el acto generoso de darse a los demás, debemos destacar la labor de algunos intelectuales en Popayán que animaron esta época desde las distintas esferas del saber y la vida cotidiana: el historiador Guido Barona Becerra ha sido, sin lugar a dudas, el librepensador más solvente durante este periodo. Con una vigorosa vocación epistemológica, practicó la transversalidad disciplinar de saberes: historia, antropología, filosofía, política y semiótica. Su conocimiento, deliciosamente permeado por la vivencia, logró acercar lo universal a la dimensión cotidiana de las problemáticas de distinto orden: académico, social, político, económico y cultural. Destacamos también la actitud del politólogo Diego de Jesús Jaramillo, quien encarnó al intelectual orgánico de Gramci en su afán de unir el saber a la vida.
Por su parte Eduardo Gómez Cerón, modelo de hombre culto, en el sentido de vivir la dimensión cultural de lo cotidiano, poseedor de un gran don de gentes y altura crítica en el ejercicio del periodismo, ha sido inagotable cantera anecdótica del devenir social, político y cultural de la ciudad. Gustavo Wilches, una de las inteligencias más lúcidas y polifacéticas, de orientación holística en su quehacer práctico y teórico, se ha destacado como guía social indiscutible, con una visión de ciudad cual pocos para dirigir los destinos de Popayán, en una época acéfala de políticos ilustrados. Julio César Payán continuó la práctica revolucionaria de la medicina bioenergética, iniciada en Popayán por su colega Germán Duque Mejía, a principios de los setentas, en claro desafío a la ortodoxia anclada en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Cauca, de la cual Payán fue docente. Además, se integró luego al devenir social y político desempeñando una labor educadora y crítica desde la prensa y la radio.
En otra orilla, como voz nostálgica de un tiempo pasado ya irrecuperable, el antropólogo Hernán Torres, de formación anglosajona, ahondó en el imaginario cultural de la ciudad a través de sus brillantes conferencias de antropología poética. No obstante su labor de quijote solitario, vio naufragar la arcadia en medio de la indiferencia de sus contemporáneos. Luciano Rivera, con sus charlas krishnamurtianas propició el encuentro del individuo consigo mismo en contraposición de aquellos preocupados sólo por la transformación del mundo, como si los seres humanos se rigieran únicamente por relaciones objetivas. Ricardo Quintero, a través de su cultura, lucidez y constante inquietud, animó la conciencia crítica de la ciudad, sin perder de vista la síntesis necesaria entre pasado, presente y porvenir. Víctor Paz Otero, por su parte, encarnó la conciencia histórica y crítica de Popayán, en un lenguaje delirante y lleno de belleza, cargado de ironía y resentimiento frente a un pasado histórico de voraces apetitos personales y un presente sin grandeza; sentimientos que recuerdan antiguas rencillas partidistas, que en su momento se resolvieron con la espada.
Este grupo de pensadores, fieles al “posteris lumen moriturus edat” (El que ha de morir deje una luz a la posteridad) no estaría completo si no mencionáramos a tres artistas de constante presencia en el quehacer cultural de fin de milenio en Popayán, como protagonistas y mecenas de la cultura, éstos son: Guido Enríquez, de amplios conocimientos humanísticos y cultor de la poesía moderna y de género festivo, en la mejor tradición payanesa de las últimas generaciones; Gloria Cepeda Vargas, la poeta más reconocida en nuestro medio, quien abrió el camino a una nueva generación de mujeres escritoras, hoy integrada al grupo Amaltea, junto a Matilde Eljach, Hilda Inés Pardo, Mary Edith Murillo y Luisa Fernanda Bossa, estas últimas de exitosa participación en recientes versiones del concurso de poesía femenina de Roldanillo, Valle. Igual de importante fue el aporte de Eduardo Rosero Pantoja, lingüista, escritor, y cantautor, por haber puesto su talento musical al servicio de los escritores con generosidad sin par. Su voz lírica, llena de nostalgia, tuvo la versatilidad para cantar toda clase de ritmos del folclor nacional y latinoamericano, aun en lengua vernácula. (Continuará).
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYAN 1980-2005 (PARTE II)
CONTEXTO Y POÉTICA
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, 14 de junio de 2009
El terremoto de 1983 y la Constitución de 1991 no sólo cambiaron la fachada y el inquilinato institucional en Popayán, sino también el imaginario urbano, con nuevas expresiones sociales, culturales, políticas y económicas. Digamos que el sismo del 31 de marzo, despertó una conciencia espiritual distinta, entendido esto como caos generador de otro orden. Sin embargo, este acontecimiento telúrico no hubiera sido suficiente sin la reforma constitucional del 91 que reordenó las fuerzas sociales al invertir en cierta forma la pirámide política.
A partir de la reconstrucción de la ciudad hubo terreno abonado para muchos proyectos sociales, económicos, políticos y culturales. La producción literaria e intelectual se vio favorecida en una primera etapa a través de la creación de los Fondos Mixtos de Cultura regionales mediante los cuales se descentralizó la administración del Ministerio de Cultura de acuerdo con una más equitativa distribución de recursos. Estas entidades inicialmente apoyaron todas las expresiones artísticas e intelectuales, mediante diversas convocatorias y becas de trabajo. Posteriormente, con la llegada de Consuelo Araujo Noguera (la Casica) a la dirección del Ministerio de Cultura, y un poco antes con Ramiro Osorio, quien implementó políticas de apoyo para el sector cultural tomando como referente la experiencia mexicana, el proceso dio un viraje hacia el campo folclórico, que ahora intenta saldar la deuda histórica acumulada durante muchos siglos de exclusión y discriminación con las minorías étnicas del país.
Aparte de ello, en Popayán se dio un campo abonado para la creación literaria por su tradición de ciudad culta, por las contradicciones que salieron a flote y gracias al liderazgo en el campo educativo de profesores como Donaldo Mendoza y sus colaboradores en el colegio INEM, que a través de sus cátedras literarias, del trabajo en equipo y del periódico “Reconstrucción” dieron voz a una nueva generación en cierne de sectores humildes de la ciudad de Popayán, de donde ha egresado el mayor número integrantes del movimiento poético que ahora se destaca.
Luego, en la Universidad del Cauca se tuvo la fortuna de contar con la presencia del poeta más grande de Colombia, Giovanni Quessep, quien con su presencia pletórica de sensibilidad, espiritualidad y solvencia intelectual se convirtió en referente y guía no solamente para esa generación que dio sus pininos en el INEM, sino para el conjunto de Popayán que volvía a ser foco de atención nacional e internacional. A todo ello hay que sumar la creación de la revista de poesía “Ophelia” que integró a los poetas y organizó eventos de talla local, nacional e internacional como el “Encuentro de poesía Ciudad de Popayán” que alcanzó cerca de 10 versiones con invitados de calidad, esto gracias al apoyo interinstitucional de entidades comprometidas con el sector educativo y cultural como es el Banco de la República.
El grupo de bardos que componen la generación nueva de poetas en Popayán (en especial, Carlos Illera, Francisco Gómez Campillo, Felipe García Quintero, César Samboní, Edgar Caicedo, Marco Valencia e Hilda Inés Pardo) es vástago de una época llena de contradicciones, lo suficientemente vigorosa como para confrontar, desde lo poético, valores todavía dominantes, aunque con poca conciencia política y sin ninguna experiencia partidista. En tanto hecho literario, cultural y sociológico es un grupo que muestra solidez e identidad de conjunto, aunque sus poéticas tengan un sello muy personal. Es así, por ejemplo, que algunos conservan el tono lírico y confesional; otros, un tono coloquial cercano a la prosa. Sin embargo, comparten valores como la rebeldía frente a los símbolos tradicionales.
Este grupo se caracterizan también por la confrontación individual frente a la existencia, importándoles “su verdad”, en calidad de sujetos, fragmentados por diversos aspectos de orden familiar y social, y la búsqueda de un lenguaje propio. En su mayoría son poetas de provincia o de modesta condición socioeconómica, que se rebelan en el canto contra su propia condición de vida, frente a una sociedad tradicional en crisis, tanto en sus imaginarios como en la pérdida de poder económico y sociopolítico, en un proceso de reacomodo de nuevas fuerzas sociales con imaginarios distintos.
Se trata de una generación de voces emergentes que ponen de manifiesto la nueva situación de la ciudad, dominada por diversos actores sociales llegados de la provincia caucana después del terremoto, y por la estampida progresiva de los payaneses raizales a ciudades de mayor progreso. Este cambio social generó una dinámica distinta en la ciudad de Popayán, tras el surgimiento de nuevos fenómenos urbanos, propios de grandes ciudades: cinturones de miseria, delincuencia organizada, pandillismo, narcotráfico, consumo de estupefacientes, mendicidad generalizada, desplazamiento forzado desde zonas de conflicto, etc.
Tales fenómenos, ya comunes en nuestro país y agravados durante las dos últimas décadas, transformaron aceleradamente pueblos y ciudades, alterando las identidades sociales e individuales. Estos cambios, no obstante, generaron condiciones favorables a la creación estética. Uno de ellos fue el surgimiento de lo anónimo como categoría despersonalizadora de la sociedad entre sujetos que ya no se reconocen. La problematización de la existencia, tras la disolución de la identidad, condujo a indagar sobre la identidad de lo que somos en un contexto donde se desestabilizaron los roles sociales.
A ello hay que agregar la liberación extrema del individuo por obra y gracia de la sociedad de consumo y la cultura de masas, a través del poder omnipresente de los medios de comunicación, que mediante el recurso de lo libidinal explota toda clase de necesidades del cuerpo y del alma. Por este camino hemos arribado al punto en que la irreverencia ya no escandaliza, como resultado de la relativización de todos los valores; por el contrario, es el alimento de una sociedad vertiginosa, en la que toda novedad envejece al instante.
Complementan este conjunto de aspectos sociológicos y políticos otro de importancia fundamental: la pérdida de poder espiritual y social de la Iglesia Católica, ante la diáspora de sus feligreses, captados por numerosos movimientos sociales de inspiración protestante.
Dicha generación, iniciada cronológicamente por Carlos Illera (Popayán, 1957-1999) se ubica en el punto de transición de la Perestroika que dio origen a una nueva época de corte nihilista, retomando el camino de los poetas malditos, caracterizada por un resurgimiento de la libertad recobrada, una vez aflojada la pretina soviética que conllevó la caída del muro de Berlín. En nuestro medio se refleja en un cambio de referentes culturales expresado en dos ejemplos, el de la librería “El Zancudo” de vocación predominantemente política orientada a la izquierda y el de la librería “Macondo Libros Arte y Tertulia” que desbloqueó la rigidez de pensamiento imponiendo el nuevo espíritu lúdico de la época. También se da una nueva apropiación del Parque Caldas, retocado en su piso, el cual se constituyó en asiduo punto de encuentro de la bohemia literaria. Tantos factores reunidos que detallaremos en próximas entregas conllevaron el inicio de una modernidad tardía en Popayán semejante, quizá, guardando las proporciones y diferencias de circunstancia, a la modernidad literaria creada en Francia, un siglo atrás, por Rimbaud y Baudelaire a la cabeza de los llamados poetas llamados “malditos” por haber confrontado los valores sagrados del statu quo; algo similar ocurrió en Popayán con los poetas de la generación posterremoto.
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, 14 de junio de 2009
El terremoto de 1983 y la Constitución de 1991 no sólo cambiaron la fachada y el inquilinato institucional en Popayán, sino también el imaginario urbano, con nuevas expresiones sociales, culturales, políticas y económicas. Digamos que el sismo del 31 de marzo, despertó una conciencia espiritual distinta, entendido esto como caos generador de otro orden. Sin embargo, este acontecimiento telúrico no hubiera sido suficiente sin la reforma constitucional del 91 que reordenó las fuerzas sociales al invertir en cierta forma la pirámide política.
A partir de la reconstrucción de la ciudad hubo terreno abonado para muchos proyectos sociales, económicos, políticos y culturales. La producción literaria e intelectual se vio favorecida en una primera etapa a través de la creación de los Fondos Mixtos de Cultura regionales mediante los cuales se descentralizó la administración del Ministerio de Cultura de acuerdo con una más equitativa distribución de recursos. Estas entidades inicialmente apoyaron todas las expresiones artísticas e intelectuales, mediante diversas convocatorias y becas de trabajo. Posteriormente, con la llegada de Consuelo Araujo Noguera (la Casica) a la dirección del Ministerio de Cultura, y un poco antes con Ramiro Osorio, quien implementó políticas de apoyo para el sector cultural tomando como referente la experiencia mexicana, el proceso dio un viraje hacia el campo folclórico, que ahora intenta saldar la deuda histórica acumulada durante muchos siglos de exclusión y discriminación con las minorías étnicas del país.
Aparte de ello, en Popayán se dio un campo abonado para la creación literaria por su tradición de ciudad culta, por las contradicciones que salieron a flote y gracias al liderazgo en el campo educativo de profesores como Donaldo Mendoza y sus colaboradores en el colegio INEM, que a través de sus cátedras literarias, del trabajo en equipo y del periódico “Reconstrucción” dieron voz a una nueva generación en cierne de sectores humildes de la ciudad de Popayán, de donde ha egresado el mayor número integrantes del movimiento poético que ahora se destaca.
Luego, en la Universidad del Cauca se tuvo la fortuna de contar con la presencia del poeta más grande de Colombia, Giovanni Quessep, quien con su presencia pletórica de sensibilidad, espiritualidad y solvencia intelectual se convirtió en referente y guía no solamente para esa generación que dio sus pininos en el INEM, sino para el conjunto de Popayán que volvía a ser foco de atención nacional e internacional. A todo ello hay que sumar la creación de la revista de poesía “Ophelia” que integró a los poetas y organizó eventos de talla local, nacional e internacional como el “Encuentro de poesía Ciudad de Popayán” que alcanzó cerca de 10 versiones con invitados de calidad, esto gracias al apoyo interinstitucional de entidades comprometidas con el sector educativo y cultural como es el Banco de la República.
El grupo de bardos que componen la generación nueva de poetas en Popayán (en especial, Carlos Illera, Francisco Gómez Campillo, Felipe García Quintero, César Samboní, Edgar Caicedo, Marco Valencia e Hilda Inés Pardo) es vástago de una época llena de contradicciones, lo suficientemente vigorosa como para confrontar, desde lo poético, valores todavía dominantes, aunque con poca conciencia política y sin ninguna experiencia partidista. En tanto hecho literario, cultural y sociológico es un grupo que muestra solidez e identidad de conjunto, aunque sus poéticas tengan un sello muy personal. Es así, por ejemplo, que algunos conservan el tono lírico y confesional; otros, un tono coloquial cercano a la prosa. Sin embargo, comparten valores como la rebeldía frente a los símbolos tradicionales.
Este grupo se caracterizan también por la confrontación individual frente a la existencia, importándoles “su verdad”, en calidad de sujetos, fragmentados por diversos aspectos de orden familiar y social, y la búsqueda de un lenguaje propio. En su mayoría son poetas de provincia o de modesta condición socioeconómica, que se rebelan en el canto contra su propia condición de vida, frente a una sociedad tradicional en crisis, tanto en sus imaginarios como en la pérdida de poder económico y sociopolítico, en un proceso de reacomodo de nuevas fuerzas sociales con imaginarios distintos.
Se trata de una generación de voces emergentes que ponen de manifiesto la nueva situación de la ciudad, dominada por diversos actores sociales llegados de la provincia caucana después del terremoto, y por la estampida progresiva de los payaneses raizales a ciudades de mayor progreso. Este cambio social generó una dinámica distinta en la ciudad de Popayán, tras el surgimiento de nuevos fenómenos urbanos, propios de grandes ciudades: cinturones de miseria, delincuencia organizada, pandillismo, narcotráfico, consumo de estupefacientes, mendicidad generalizada, desplazamiento forzado desde zonas de conflicto, etc.
Tales fenómenos, ya comunes en nuestro país y agravados durante las dos últimas décadas, transformaron aceleradamente pueblos y ciudades, alterando las identidades sociales e individuales. Estos cambios, no obstante, generaron condiciones favorables a la creación estética. Uno de ellos fue el surgimiento de lo anónimo como categoría despersonalizadora de la sociedad entre sujetos que ya no se reconocen. La problematización de la existencia, tras la disolución de la identidad, condujo a indagar sobre la identidad de lo que somos en un contexto donde se desestabilizaron los roles sociales.
A ello hay que agregar la liberación extrema del individuo por obra y gracia de la sociedad de consumo y la cultura de masas, a través del poder omnipresente de los medios de comunicación, que mediante el recurso de lo libidinal explota toda clase de necesidades del cuerpo y del alma. Por este camino hemos arribado al punto en que la irreverencia ya no escandaliza, como resultado de la relativización de todos los valores; por el contrario, es el alimento de una sociedad vertiginosa, en la que toda novedad envejece al instante.
Complementan este conjunto de aspectos sociológicos y políticos otro de importancia fundamental: la pérdida de poder espiritual y social de la Iglesia Católica, ante la diáspora de sus feligreses, captados por numerosos movimientos sociales de inspiración protestante.
Dicha generación, iniciada cronológicamente por Carlos Illera (Popayán, 1957-1999) se ubica en el punto de transición de la Perestroika que dio origen a una nueva época de corte nihilista, retomando el camino de los poetas malditos, caracterizada por un resurgimiento de la libertad recobrada, una vez aflojada la pretina soviética que conllevó la caída del muro de Berlín. En nuestro medio se refleja en un cambio de referentes culturales expresado en dos ejemplos, el de la librería “El Zancudo” de vocación predominantemente política orientada a la izquierda y el de la librería “Macondo Libros Arte y Tertulia” que desbloqueó la rigidez de pensamiento imponiendo el nuevo espíritu lúdico de la época. También se da una nueva apropiación del Parque Caldas, retocado en su piso, el cual se constituyó en asiduo punto de encuentro de la bohemia literaria. Tantos factores reunidos que detallaremos en próximas entregas conllevaron el inicio de una modernidad tardía en Popayán semejante, quizá, guardando las proporciones y diferencias de circunstancia, a la modernidad literaria creada en Francia, un siglo atrás, por Rimbaud y Baudelaire a la cabeza de los llamados poetas llamados “malditos” por haber confrontado los valores sagrados del statu quo; algo similar ocurrió en Popayán con los poetas de la generación posterremoto.
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYÁN 1980-2005 (PARTE I)
¿POPAYÁN, UNA CIUDAD ESCINDIDA?
OMAR LASSO ECHAVARRÍA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
domingo, 31 de mayo de 2009
Como punto de partida tendremos en cuenta dos ideas importantes: 1- El fundamento de la sociedad capitalista es la estratificación económica y social basada en la libre competencia con un trasfondo secular 2- Las sociedad premoderna, en especial la medieval, es del orden estamental, cuyo fundamento jerárquico se basa en la cosmovisión religiosa, con roles asignados por el nacimiento y la tradición. Hasta 1.991, año de la promulgación de la nueva constitución, en Popayán encontramos una sociedad mixta, tendencia general en casi el resto del país propiciada por la constitución de 1886, que tiene en este caso particular características “sui generis”. Durante esta época fuimos una sociedad tradicional: pequeña, cerrada, religiosa, dominada en lo político y lo ideológico por una élite de larga tradición histórica. Los sectores medios se asimilaban a ese orden social, de igual modo los sectores marginales. Todos convivíamos bajo un mismo orden ideológico basado en la educación cívica, religiosa, política e histórica, cuyos valores fundamentales estaban en las buenas maneras, la sujeción a los principios religiosos, el altruismo y el patriotismo. En otras palabras, había unidad entre los poderes político, judicial, religioso, militar y civil, tal como rezan las introducciones en la oratoria de época. Bajo este esquema social Popayán mantenía una sólida unidad e identidad social, política y cultural. La literatura culta de la época da testimonio de lo anterior en sus loas a la ciudad inspiradas en lo cívico, lo religioso y lo patriótico. Todo ello, sin duda, favorecido por la posición geográfica, incrustada en un valle ondulado, interandino, que la hacía refractaria a las influencias externas, pese al flujo creciente de la comunicación terrestre y aérea con la capital y las regiones vecinas de Valle y Nariño, especialmente.
Pensamos ahora que son muchos los factores que contribuyeron al resquebrajamiento de ese viejo orden. En especial y de modo determinante dos: 1- El terremoto de 1983 que destruyó materialmente la ciudad y conllevó el desplazamiento de sus familias prestigiosas y la inmigración masiva de gentes de otras regiones caucanas, presionadas por la violencia y la búsqueda de oportunidades, son los dos fenómenos demográficos que caracterizan esta época de cambios. Sin embargo, los valores tradicionales de Popayán, la tranquilidad cotidiana, su tradición cultural y el prestigio de la educación superior, continuaron siendo de interés para habitantes de otras regiones. Esta condición de ciudad receptora, en gran medida le ha aportado a Popayán fuerza laboral y, con ello, recursos económicos. Lo anterior es complementario de la migración acelerada que irrumpió en la ciudad durante y después del sismo, que ahora se suma a los desplazados y otros desheredados de las regiones pobres del suroccidente del país.
Si bien la reconstrucción de la ciudad dio empuje económico, y el aumento considerable de la población creó las condiciones favorables para la intensificación del comercio, en poco tiempo Popayán se masificó, el transporte superó la capacidad vial y los principales supermercados de cadena llegaron para establecerse. Hoy día Popayán se considera una ciudad intermedia de gran vigor que intenta zafarse de sus estructuras tradicionales. Este proceso es común a varias ciudades del país, pero en Popayán lo acompaña otro fenómeno adicional que es de interés plantear: la fracturación del imaginario colectivo. Los migrantes estigmatizados por los payaneses raizales como indeseables no han sido asimilados al entorno sociocultural de la ciudad, siendo calificados de advenedizos oportunistas y considerados como espectadores de una historia y una tradición que sólo a ellos pertenece. El caso, por ejemplo, es la Semana Santa. Este evento religioso y cultural es el más importante de los celebrados en la ciudad como patrimonio inalienable de los payaneses raizales, quienes cooptan los papeles más importantes de la puesta en escena, que por tradición corresponde a las familias tradicionales quienes mejor representan los valores de la ciudad, pasando de generación en generación por el sistema de herencia. En cambio, la procesión del santo Ecce Homo, celebrada el 1 de mayo, constituye un caso opuesto, sin solemnidad en el boato, pero de humildad, concurrencia y religiosidad extraordinarias. En su día se paraliza el centro de la ciudad, no por la gente que se aposta a lado y lado de la calle a mirar, sino por los alumbrantes que en desfile interminable llenan cuadras y cuadras. Es rarísimo ver en esta procesión a algún payanés de la clase tradicional, lo cual es sintomático de lo que representa la Semana Santa Mayor en el imaginario de las familias tradicionales que logra unir una representación completa de la ciudad en todos sus poderes y estratos sociales, con papeles bien determinados que hacen alusión al viejo Popayán de castas dominantes. 2- La promulgación de la Constitución de 1991 que cambió el orden político regido por la centenaria constitución de 1886, de carácter cuasi estamental que establecía un régimen político-administrativo homogéneo de la pirámide a la base, ideal para las clases dominantes. La nueva constitución dio al traste con este sistema ampliando la participación política a un amplio número de desheredados del poder, a través de figuras constitucionales como la Tutela, las Acciones Populares, el Derecho de Petición, los Derechos Fundamentales y, finalmente, mediante la ampliación de la elección popular de gobernadores y alcaldes.
Quizá más del 50% de los actuales pobladores de la ciudad son foráneos, provenientes de otros municipios y departamentos. En términos estadísticos Popayán es hoy una ciudad diversa, multiétnica y multigeográfica. Sin embargo, falta la argamasa que integre a todo este conglomerado en un nuevo o renovado imaginario de ciudad, que permita comprometerla con su destino de ciudad culta, educadora, incluyente y acogedora. Ese 50 % o más de sus pobladores se sienten por fuera del acogimiento de la madre nutricia, como hijos expósitos a quienes niega los privilegios que otros tienen. Popayán es una ciudad de la que muchos viven enamorados, pero ella se acompleja, como la novia, de sus amores plebeyos. ¿Quién, que no sea de este lugar, no ha sentido su belleza y algunas veces su dureza en el trato cotidiano?
Encontramos que el viejo Popayán ahora es parte de la leyenda literaria que pocos cantan, porque su voz ya no encuentra eco en las voces nuevas o porque las generaciones del presente no se sienten identificadas con sus símbolos ni valores. Es así como la nueva escritura en Popayán nace de esta tensión de la ciudad que todos quieren pero que sin embargo excluye. Como huérfanos de esa antigua madre, son voces que representan otra realidad, tal vez se trata de una generación “plebeya” que adquirió conciencia y dolor de ciudad, que aprendió a cantar rebelándose desde el fondo de sus dificultades, sintiendo la crisis y la extrañeza de esta ciudad que ha mantenido a muchos en la orilla contraria a la de sus favores y virtudes. Los nuevos protagonistas no representan a la ciudad letrada que dominaba no sólo la vida cultural sino también la política, pues ninguno ha tenido pretensiones de poder y mejor son la expresión de los sectores humildes y populares, de la ciudad provincia que en esencia es Popayán y que han adquirido reconocimiento por fuera, en la actual literatura colombiana, tal y como intentamos demostrar.
OMAR LASSO ECHAVARRÍA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
domingo, 31 de mayo de 2009
Como punto de partida tendremos en cuenta dos ideas importantes: 1- El fundamento de la sociedad capitalista es la estratificación económica y social basada en la libre competencia con un trasfondo secular 2- Las sociedad premoderna, en especial la medieval, es del orden estamental, cuyo fundamento jerárquico se basa en la cosmovisión religiosa, con roles asignados por el nacimiento y la tradición. Hasta 1.991, año de la promulgación de la nueva constitución, en Popayán encontramos una sociedad mixta, tendencia general en casi el resto del país propiciada por la constitución de 1886, que tiene en este caso particular características “sui generis”. Durante esta época fuimos una sociedad tradicional: pequeña, cerrada, religiosa, dominada en lo político y lo ideológico por una élite de larga tradición histórica. Los sectores medios se asimilaban a ese orden social, de igual modo los sectores marginales. Todos convivíamos bajo un mismo orden ideológico basado en la educación cívica, religiosa, política e histórica, cuyos valores fundamentales estaban en las buenas maneras, la sujeción a los principios religiosos, el altruismo y el patriotismo. En otras palabras, había unidad entre los poderes político, judicial, religioso, militar y civil, tal como rezan las introducciones en la oratoria de época. Bajo este esquema social Popayán mantenía una sólida unidad e identidad social, política y cultural. La literatura culta de la época da testimonio de lo anterior en sus loas a la ciudad inspiradas en lo cívico, lo religioso y lo patriótico. Todo ello, sin duda, favorecido por la posición geográfica, incrustada en un valle ondulado, interandino, que la hacía refractaria a las influencias externas, pese al flujo creciente de la comunicación terrestre y aérea con la capital y las regiones vecinas de Valle y Nariño, especialmente.
Pensamos ahora que son muchos los factores que contribuyeron al resquebrajamiento de ese viejo orden. En especial y de modo determinante dos: 1- El terremoto de 1983 que destruyó materialmente la ciudad y conllevó el desplazamiento de sus familias prestigiosas y la inmigración masiva de gentes de otras regiones caucanas, presionadas por la violencia y la búsqueda de oportunidades, son los dos fenómenos demográficos que caracterizan esta época de cambios. Sin embargo, los valores tradicionales de Popayán, la tranquilidad cotidiana, su tradición cultural y el prestigio de la educación superior, continuaron siendo de interés para habitantes de otras regiones. Esta condición de ciudad receptora, en gran medida le ha aportado a Popayán fuerza laboral y, con ello, recursos económicos. Lo anterior es complementario de la migración acelerada que irrumpió en la ciudad durante y después del sismo, que ahora se suma a los desplazados y otros desheredados de las regiones pobres del suroccidente del país.
Si bien la reconstrucción de la ciudad dio empuje económico, y el aumento considerable de la población creó las condiciones favorables para la intensificación del comercio, en poco tiempo Popayán se masificó, el transporte superó la capacidad vial y los principales supermercados de cadena llegaron para establecerse. Hoy día Popayán se considera una ciudad intermedia de gran vigor que intenta zafarse de sus estructuras tradicionales. Este proceso es común a varias ciudades del país, pero en Popayán lo acompaña otro fenómeno adicional que es de interés plantear: la fracturación del imaginario colectivo. Los migrantes estigmatizados por los payaneses raizales como indeseables no han sido asimilados al entorno sociocultural de la ciudad, siendo calificados de advenedizos oportunistas y considerados como espectadores de una historia y una tradición que sólo a ellos pertenece. El caso, por ejemplo, es la Semana Santa. Este evento religioso y cultural es el más importante de los celebrados en la ciudad como patrimonio inalienable de los payaneses raizales, quienes cooptan los papeles más importantes de la puesta en escena, que por tradición corresponde a las familias tradicionales quienes mejor representan los valores de la ciudad, pasando de generación en generación por el sistema de herencia. En cambio, la procesión del santo Ecce Homo, celebrada el 1 de mayo, constituye un caso opuesto, sin solemnidad en el boato, pero de humildad, concurrencia y religiosidad extraordinarias. En su día se paraliza el centro de la ciudad, no por la gente que se aposta a lado y lado de la calle a mirar, sino por los alumbrantes que en desfile interminable llenan cuadras y cuadras. Es rarísimo ver en esta procesión a algún payanés de la clase tradicional, lo cual es sintomático de lo que representa la Semana Santa Mayor en el imaginario de las familias tradicionales que logra unir una representación completa de la ciudad en todos sus poderes y estratos sociales, con papeles bien determinados que hacen alusión al viejo Popayán de castas dominantes. 2- La promulgación de la Constitución de 1991 que cambió el orden político regido por la centenaria constitución de 1886, de carácter cuasi estamental que establecía un régimen político-administrativo homogéneo de la pirámide a la base, ideal para las clases dominantes. La nueva constitución dio al traste con este sistema ampliando la participación política a un amplio número de desheredados del poder, a través de figuras constitucionales como la Tutela, las Acciones Populares, el Derecho de Petición, los Derechos Fundamentales y, finalmente, mediante la ampliación de la elección popular de gobernadores y alcaldes.
Quizá más del 50% de los actuales pobladores de la ciudad son foráneos, provenientes de otros municipios y departamentos. En términos estadísticos Popayán es hoy una ciudad diversa, multiétnica y multigeográfica. Sin embargo, falta la argamasa que integre a todo este conglomerado en un nuevo o renovado imaginario de ciudad, que permita comprometerla con su destino de ciudad culta, educadora, incluyente y acogedora. Ese 50 % o más de sus pobladores se sienten por fuera del acogimiento de la madre nutricia, como hijos expósitos a quienes niega los privilegios que otros tienen. Popayán es una ciudad de la que muchos viven enamorados, pero ella se acompleja, como la novia, de sus amores plebeyos. ¿Quién, que no sea de este lugar, no ha sentido su belleza y algunas veces su dureza en el trato cotidiano?
Encontramos que el viejo Popayán ahora es parte de la leyenda literaria que pocos cantan, porque su voz ya no encuentra eco en las voces nuevas o porque las generaciones del presente no se sienten identificadas con sus símbolos ni valores. Es así como la nueva escritura en Popayán nace de esta tensión de la ciudad que todos quieren pero que sin embargo excluye. Como huérfanos de esa antigua madre, son voces que representan otra realidad, tal vez se trata de una generación “plebeya” que adquirió conciencia y dolor de ciudad, que aprendió a cantar rebelándose desde el fondo de sus dificultades, sintiendo la crisis y la extrañeza de esta ciudad que ha mantenido a muchos en la orilla contraria a la de sus favores y virtudes. Los nuevos protagonistas no representan a la ciudad letrada que dominaba no sólo la vida cultural sino también la política, pues ninguno ha tenido pretensiones de poder y mejor son la expresión de los sectores humildes y populares, de la ciudad provincia que en esencia es Popayán y que han adquirido reconocimiento por fuera, en la actual literatura colombiana, tal y como intentamos demostrar.
EL VUELO ARTÍSTICO DE LA PROVINCIA
EL VUELO ARTÍSTICO DE LA PROVINCIA
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, 24 de mayo de 2009
Cuando nos dirigimos al Norte de Popayán, en ruta obligada por el barrio Bolívar, nos topamos con el mural de la facultad de Medicina, alusivo a la historia médica, obra del artista Belisario Gómez, profesor de artes de la facultad de Humanidades. Este mural se ubica estratégicamente frente al semáforo que desenreda, allí, el nudo del tráfico. Me gusta su horizonte encendido porque nos transporta a la evocadora lejanía de este cielo familiar; lo demás me hace pensar en el pobre tiempo que nos toca vivir, que no distingue una idea grande de otra menor. Lo paradógico es que siendo esta una época de especialistas, se ignore o no se consulte el punto de vista de los expertos y, por el contrario, se tomen decisiones autocráticas, quizá por vanidad o para hacer alardes de que se tiene el poder; creyendo así que el punto de vista personal, reducido, es el reflejo de la gran cultura.
Cuando el bus se detiene a un lado del mural, nuestra sensibilidad se rebela y se agolpa sobre nuestra cabeza y corazón lo negativo del actual Popayán, de la ineficacia de sus dirigentes, sin grandeza, sin vocación cultural, con apenas brochasos de información; y también de sus gentes, que desconocen el suelo donde viven, ciegos frente a la historia y las altas cotas alcanzadas en las artes, pobres de espíritu, pensamiento y sensibilidad. Entonces nos abruma este presente detestable, donde sólo hay sitio para los oportunistas. Y pienso en los nuevos símbolos de la otrora ciudad eterna: El citado mural de la Facultad de Medicina que “pretende” imitar “apoteosis de Popayán”, de Efraín Martínez; la estrepitosa discoteca Corona-Bar del hotel La casona del Virrey, en el corazón de la ciudad, émulo del Teatro Municipal para las nuevas generaciones; la fundación Flauta de Chancaca que supera en gestión a la Casa de la Cultura, al Fondo Mixto de cultura y a la Casa Valencia; las universidades Autónoma, Cooperativa, Nariño, Colegio Mayor, que en breve tiempo le pisan los talones a la Universidad señera, hoy sumida en el atraso y en la vocación de lo alternativo que exhibe, como bandera, proyectos de investigación sin relevancia, de escasa financiación, con valores que oscilan entre cuatro y cinco millones de pesos, que apenas sirven para crear una falsa imagen de universidad investigadora. En cambio, se gastó una cifra cuantiosa en un mural de pobreza imaginativa, elemental, que desperdicia una técnica y unos materiales de mucho valor. El tema del mural se agota en la percepción de lo visto; no sugiere algo poético o estético; tampoco permite volar y nos mantiene aferrados a lo trivial. Cuando estoy frente a él me acuerdo de las ilustraciones de un texto escolar, de una cartilla de caramelos, del corte de pelo de los años setenta y de una publicidad de dentífricos.
Es oportuno contar que el proyecto pictórico se presentó a consideración del departamento de Artes de la Facultad de Humanidades, donde no tuvo acogida, sin duda por las limitaciones que saltan a la vista.
A continuación, algunas modestas apreciaciones sobre el mural:
1. ¿Se trata de una obra de arte o de una artesanía? Porque en nuestro parecer predomina la técnica sobre lo artístico.
2. El mural presupone una idea de progreso en sentido lineal, resultado de una historia evolutiva, en la que los respectivos estadios van quedando atrás, como etapas sepultadas por los vencedores. Modelo éste que entró en crisis hace décadas, con la nueva historia. Por tanto, queda planteada la inactualidad histórica del mural. Como se observa el tema se desplaza de la sombra a la luz.
3. Se hace un tratamiento inadecuado del tema social, que el artista fijó en el siglo antepasado, con el triunfo de la raza blanca sobre indígenas, afros y mestizos. Desvirtuándose de este modo una realidad étnica diversa y culturalmente híbrida, reconocida a través del multicuralismo inserto en las constituciones y en las ciencias sociales contemporáneas. En este sentido, el mural tiene un evidente matiz elitista, que refleja la característica de la Facultad de Medicina de otras épocas, en proceso de superación (?)
4. El mural adolece de pobreza estética, como si el pintor desconociera la historia del arte. Se observa un estilo plano de secuencias históricas, donde cada escena da paso a la siguiente, en estaciones sucesivas, como si se borraran los momentos anteriores, haciendo del mestizaje étnico y cultural una estratificación social donde lo eurocéntrico y el logocentrismo es el referente válido. Más que una pintura de tema unitario, se trata de dibujos adosados a un plano, donde la figura es casi fotográfica, sin ninguna riqueza semántica. Pero además, los íconos tienen aspecto de maniquíes pertenecientes a una iconografía desusada, que sobresale, chocantemente, en las dos figuras que portan la antorcha triunfadora.
5. Se desconoce de plano la crisis de la medicina alopática, que ha roto el monopolio de la medicina ortodoxa basada en la farmacopea química, imperando un concepto positivista, ello en detrimento de otras medicinas, como la bioenergética, y la tradición cultural de las diferentes comunidades que tienen y desarrollan aún sus propios sistemas médicos.
6. Finalmente, conviene reflexionar sobre del papel de la Universidad del Cauca en su labor cultural y sus vínculos con el devenir de la ciudad. ¿La universidad está comprometida, realmente, con un proyecto de ciudad? ¿Realiza esfuerzos para avanzar en el desarrollo cultural? Lo que reclamamos es la permeabilidad de la sociedad, en su vida cotidiana. La universidad y las instituciones culturales deben poner en movimiento la enorme masa espiritual o mental de la población para recrear el imaginario cultural, a través de convocatorias artísticas, por ejemplo, de ensayo, cuento, novela, poesía, pintura, teatro, audiovisuales, música, folclor, etc. Al revés de este propósito no apoyó el concurso de cuento promovido por su emisora, cuyo premio era de $500.000, aduciendo falta de presupuesto. Esa potencia cultural en nuestro medio está dormida bajo sedantes slogans como los siguientes: Popayán ciudad culta, la Universidad de los 17 presidentes, la Jerusalén de América, y ahora, una universidad con profundo impacto social, y la capital mundial de la gastronomía, etc., cuya falta de modestia encubre sus reducidos alcances.
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, 24 de mayo de 2009
Cuando nos dirigimos al Norte de Popayán, en ruta obligada por el barrio Bolívar, nos topamos con el mural de la facultad de Medicina, alusivo a la historia médica, obra del artista Belisario Gómez, profesor de artes de la facultad de Humanidades. Este mural se ubica estratégicamente frente al semáforo que desenreda, allí, el nudo del tráfico. Me gusta su horizonte encendido porque nos transporta a la evocadora lejanía de este cielo familiar; lo demás me hace pensar en el pobre tiempo que nos toca vivir, que no distingue una idea grande de otra menor. Lo paradógico es que siendo esta una época de especialistas, se ignore o no se consulte el punto de vista de los expertos y, por el contrario, se tomen decisiones autocráticas, quizá por vanidad o para hacer alardes de que se tiene el poder; creyendo así que el punto de vista personal, reducido, es el reflejo de la gran cultura.
Cuando el bus se detiene a un lado del mural, nuestra sensibilidad se rebela y se agolpa sobre nuestra cabeza y corazón lo negativo del actual Popayán, de la ineficacia de sus dirigentes, sin grandeza, sin vocación cultural, con apenas brochasos de información; y también de sus gentes, que desconocen el suelo donde viven, ciegos frente a la historia y las altas cotas alcanzadas en las artes, pobres de espíritu, pensamiento y sensibilidad. Entonces nos abruma este presente detestable, donde sólo hay sitio para los oportunistas. Y pienso en los nuevos símbolos de la otrora ciudad eterna: El citado mural de la Facultad de Medicina que “pretende” imitar “apoteosis de Popayán”, de Efraín Martínez; la estrepitosa discoteca Corona-Bar del hotel La casona del Virrey, en el corazón de la ciudad, émulo del Teatro Municipal para las nuevas generaciones; la fundación Flauta de Chancaca que supera en gestión a la Casa de la Cultura, al Fondo Mixto de cultura y a la Casa Valencia; las universidades Autónoma, Cooperativa, Nariño, Colegio Mayor, que en breve tiempo le pisan los talones a la Universidad señera, hoy sumida en el atraso y en la vocación de lo alternativo que exhibe, como bandera, proyectos de investigación sin relevancia, de escasa financiación, con valores que oscilan entre cuatro y cinco millones de pesos, que apenas sirven para crear una falsa imagen de universidad investigadora. En cambio, se gastó una cifra cuantiosa en un mural de pobreza imaginativa, elemental, que desperdicia una técnica y unos materiales de mucho valor. El tema del mural se agota en la percepción de lo visto; no sugiere algo poético o estético; tampoco permite volar y nos mantiene aferrados a lo trivial. Cuando estoy frente a él me acuerdo de las ilustraciones de un texto escolar, de una cartilla de caramelos, del corte de pelo de los años setenta y de una publicidad de dentífricos.
Es oportuno contar que el proyecto pictórico se presentó a consideración del departamento de Artes de la Facultad de Humanidades, donde no tuvo acogida, sin duda por las limitaciones que saltan a la vista.
A continuación, algunas modestas apreciaciones sobre el mural:
1. ¿Se trata de una obra de arte o de una artesanía? Porque en nuestro parecer predomina la técnica sobre lo artístico.
2. El mural presupone una idea de progreso en sentido lineal, resultado de una historia evolutiva, en la que los respectivos estadios van quedando atrás, como etapas sepultadas por los vencedores. Modelo éste que entró en crisis hace décadas, con la nueva historia. Por tanto, queda planteada la inactualidad histórica del mural. Como se observa el tema se desplaza de la sombra a la luz.
3. Se hace un tratamiento inadecuado del tema social, que el artista fijó en el siglo antepasado, con el triunfo de la raza blanca sobre indígenas, afros y mestizos. Desvirtuándose de este modo una realidad étnica diversa y culturalmente híbrida, reconocida a través del multicuralismo inserto en las constituciones y en las ciencias sociales contemporáneas. En este sentido, el mural tiene un evidente matiz elitista, que refleja la característica de la Facultad de Medicina de otras épocas, en proceso de superación (?)
4. El mural adolece de pobreza estética, como si el pintor desconociera la historia del arte. Se observa un estilo plano de secuencias históricas, donde cada escena da paso a la siguiente, en estaciones sucesivas, como si se borraran los momentos anteriores, haciendo del mestizaje étnico y cultural una estratificación social donde lo eurocéntrico y el logocentrismo es el referente válido. Más que una pintura de tema unitario, se trata de dibujos adosados a un plano, donde la figura es casi fotográfica, sin ninguna riqueza semántica. Pero además, los íconos tienen aspecto de maniquíes pertenecientes a una iconografía desusada, que sobresale, chocantemente, en las dos figuras que portan la antorcha triunfadora.
5. Se desconoce de plano la crisis de la medicina alopática, que ha roto el monopolio de la medicina ortodoxa basada en la farmacopea química, imperando un concepto positivista, ello en detrimento de otras medicinas, como la bioenergética, y la tradición cultural de las diferentes comunidades que tienen y desarrollan aún sus propios sistemas médicos.
6. Finalmente, conviene reflexionar sobre del papel de la Universidad del Cauca en su labor cultural y sus vínculos con el devenir de la ciudad. ¿La universidad está comprometida, realmente, con un proyecto de ciudad? ¿Realiza esfuerzos para avanzar en el desarrollo cultural? Lo que reclamamos es la permeabilidad de la sociedad, en su vida cotidiana. La universidad y las instituciones culturales deben poner en movimiento la enorme masa espiritual o mental de la población para recrear el imaginario cultural, a través de convocatorias artísticas, por ejemplo, de ensayo, cuento, novela, poesía, pintura, teatro, audiovisuales, música, folclor, etc. Al revés de este propósito no apoyó el concurso de cuento promovido por su emisora, cuyo premio era de $500.000, aduciendo falta de presupuesto. Esa potencia cultural en nuestro medio está dormida bajo sedantes slogans como los siguientes: Popayán ciudad culta, la Universidad de los 17 presidentes, la Jerusalén de América, y ahora, una universidad con profundo impacto social, y la capital mundial de la gastronomía, etc., cuya falta de modestia encubre sus reducidos alcances.
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