GUILLERMO VALENCIA SIMBOLO NACIONAL DE LA CONSTITUCION DE 1886(PARTE II: SU POETICA)
POr Omar Lasso Echavarría
omarmacondolibros@hotmail.com
Su poética se ajusta al precepto de vida de Rubén Darío, cuando dice: “Como hombre he vivido en lo cotidiano, como poeta no he claudicado nunca, siempre he tendido a la eternidad”. Los siguientes versos de José Asunción Silva: “Allí la Vida llora y la Muerte sonríe, / y el Tedio, como un ácido, corazones deslíe”,y la máxima salomónica: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, presiden el tono y contenido de su poesía. El mundo poético de Valencia está poblado de amargura y pesimismo, consecuencia tal vez de sus derrotas políticas. Se refugió en el humanismo y se entregó a la resignación, como resultante de una sabiduría asimilada a través del conocimiento de la historia, el estoicismo y la religión católica.
Respecto a la concepción poética, la poesía es para Valencia una forma de conocimiento, la más esencial de todas, que intuye lo puro e inviolado durante el silencio, como si se tratara de esencias platónicas. Esto se nota cuando escribe: “deja oír el silencio de las frases no escritas, / roedor alfabeto que al espíritu quitas / tantas fibras sonoras, ¡tanta gota de miel!”. De acuerdo con este planteamiento el éxtasis precede al lenguaje, y se entiende por qué la poesía valenciana es grandilocuente, por la necesidad de poner el lenguaje, de por sí defectuoso, a la altura de sus grandes intuiciones, que requieren máxima belleza y precisión, porque las esencias no pueden vestirse de harapos, sino de finas telas, encajes y pedrerías. Por tanto, su estética se halla sujeta a la eficacia del lenguaje, que en su caso alcanza una solvencia pocas veces lograda por otros poetas. En este orden de ideas su estilo puede parecer artificioso sólo a quienes no se hallan a la altura de su pensamiento ilustrado. La estética valenciana une sensibilidad y maestría artística; en ella las palabras, en rima, se atraen como los amantes, tal como lo confirman estos versos: “la luz amarilla / que en ráfagas brilla / y apenas alumbra / la tibia penumbra. ... Cual fijo en papiro / la piel de vampiro / despliega en la sombra / vocablo que asombra”. A pesar de la resignación y el pesimismo de Valencia no hay nada pequeño en esta poesía que refleja lo más general de la condición humana; el hombre aparece como la suma de todos los hombres, y la mujer como la suma de todas de todas las mujeres. Una poesía que se ocupa del destino humano escogerá el lenguaje más exquisito y los símbolos más elevados de la cultura y la historia.
En lo atinente a su estética modernista el común de la crítica lo ha situado en la corriente parnasiana, donde la inspiración está sujeta a la artesanía del verso. No es tan exacto en Valencia que la “orfebrería” preceda a la inspiración, tal como lo constatamos al referirnos a su técnica poética. Ante todo, digamos que la poesía de Valencia se desarrolla principalmente en la esfera consciente del yo, como prolongación inspirada de su pensamiento; en ella no hay asaltos de capas más profundas del inconsciente, lo cual lo alejaría de la corriente romántica, en sentido estricto. Sus preocupaciones metafísicas se mueven en un terreno exterior al inconsciente. Es decir, no realiza un proceso de demolición interno, como sí lo llevaron a cabo los románticos franceces. Su observación se halla dirigida afuera, hacia una realidad ya constituida por la historia. Es, de alguna manera, un poeta objetivante, evasivo de su mundo íntimo, lugar del cual procede, realmente, toda angustia. Como buen conocedor de la historia, la cultura y la tradición católica, y por su deliberada musicalidad y el uso que hace de símbolos para expresar sus intuiciones poéticas se lo podría catalogar, en parte, como un poeta simbolista. Por otro lado, nadie se atrevería a afirmar que no hay sentimiento en la poesía de Valencia, pero se trata de impresiones leves que no trascienden la epidermis, y se hallan distantes de ocasionar terremotos interiores.
Marcado por la influencia de José Asunción Silva, heredó de él su estética. Los siguientes versos atestiguan la lección del maestro: “Ambicionar la túnica que modelaba Grecia, / y los desnudos senos de la gentil Lutecia ; / pedir en copas de ónix el ático nepentes; / ansias para los triunfos, el hacha de Arminio / buscar para los goces el oro del triclinio; / amando los detalles, odiar el universo; / sacrificar un mundo para pulir un verso [...] tener la frente en llamas y los pies entre el lodo; / querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo; / eso fuiste ¡oh poeta! los labios de tu herida / blasfeman de los hombres, blasfeman de la vida. Sin embargo, Mientras Silva es un poeta introvertido respecto a su poesía, Valencia es extrovertido; sustituye lo particular por lo general; el primero sacrifica un mundo, el segundo, las vivencias de su yo íntimo. En otras palabras el drama de la poesía en Silva es él mismo; en Valencia es la humanidad. Su estética se refleja con mayor precisión en los siguientes versos: “dadme el verso pulido en alabastro, / que, rígido y exangüe, como el ciego / mire sin ojos para ver: un astro / de blanda luz cual cinerario fuego. / ¡busco las rimas en dorada lluvia; / chispa, fuentes, cascada, ola¡ / ¡quiero el soneto cual león de Nubia: de ancha cabeza y resonante cola!”. Como se aprecia, se trata de la contemplación interior de la belleza, como reflejo, vestida suntuosamente por el verso. Recordemos que el modernismo hispanoamericano incorporó elementos del romanticismo europeo, por ejemplo el gusto por lo exótico y la ilusión compensadora de la realidad como verdad suprema; de igual modo el Simbolismo, alejado de la angustia de los primeros románticos, tenía algo de artificial, donde se hallaba el poder encantador de la recurrencia a la elegancia y el buen gusto, propios de la élite culta y acomodada. El poeta simbolista vuela en su ensoñación sobre este mundo preciosista e ilusorio, enmarcado en una selección rigurosa de símbolos del drama espiritual humano, de elevadas aspiraciones. Todos estos elementos presentes en la poética de Valencia van en consonancia con su belleza abstracta y los ideales aristocrático-religiosos. Por ello, le encontramos sentido a la afirmación del crítico argentino Enrique Anderson Imbert, que ha hecho carrera, sobre la poética de Guillermo Valencia, cuando dice: “tiene corazón romántico, ojos de parnasiano y, oído de simbolista”.
Recapitulando, las características más visibles de la poética de Valencia son las siguientes: 1) La dimensión universal-cosmopolita que abreva en la mitología, la religión y la historia. 2) La tendencia descriptiva, decorativa, y escultórica. 3) El esteticismo que sitúa a la Belleza como suprema realidad estética. 4) La preponderancia de la técnica en detrimento de la inspiración. 5) La escogencia de temas grandilocuentes. 6) La ideología conservadora en sus temas y propósitos. Y, 7) Como persona es una celebridad pública, no un dandy descarriado.
Finalmente, la poesía de GuillermoValencia, modelo de una época premoderna que buscaba la unidad social, política y cultural en la ideología del cristianismo católico, quedó relegada definitivamente en la historia, ante el triunfo definitivo de la democracia burguesa inspirada en ideales filosóficos seculares. Las huellas que aun quedaban de la constitución original de 1886, al cabo de incontables reformas, fueron borradas del todo en la Nueva Constitución de 1991, la cual refleja un contexto histórico muy distinto.
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYAN 1980-2005 (PARTEVI)
GUILLERMO VALENCIA SIMBOLO NACIONAL DE LA CONSTITUCION DE 1886 (Parte I: ASPECTO SOCIOPOLITICO)
Por OMAR LASSO ECHAVARRIA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Ago. 23 de 2009
Centrando el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán con el terremoto de 1983, y en toda Colombia con la Constitución de 1991, tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a fines del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
Guillermo Valencia (1873-1943). Encarna, en su calidad de humanista, aristócrata, conservador, católico, buen ciudadano y patriota, los ideales y valores de la Constitución de 1886, a cuyo orden, de convivencia social armónica bajo preceptos de la iglesia Católica, se mantuvo siempre fiel. Con él culmina, en Colombia, la época del político “ilustrado”, y acaso también la del poeta civil. Fue poeta de su tiempo, de su clase social en Popayán, aunque algo rezagado en el contexto de las ideas de la época, tanto en lo estético como en lo social y político. El modelo de la élite conservadora e ilustrada era todavía entonces el humanismo hispánico, católico y grecorromano, heroico y ecuménico, el estoicismo cristiano y el formalismo de la ley. Todo ello en oposición a las corrientes ilustradas que bebieron en la fuente de las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana, en el empirismo, el positivismo y el pragmatismo.
Guillermo Valencia consciente como ciudadano, como político y como poeta de su ethos aristocrático recrea en su poesía los símbolos de la nacionalidad colombiana, de tradición católica y conservadora. En ella distingue tres estadios bien definidos que componen el orden ontológico de su cosmovisión social y poética: 1) El reino divino, 2) El orden aristocrático de los mártires, y 3) El de la plebe, tal como se aprecia en la siguiente cita: “En torno de las cruces / do murieron las víctimas, aullando / se amontonó la plebe enfurecida / como un tropel de deslomadas hienas, / Y abajo, los zarzales por alfombra, / y arriba, el Numen, el Amor y la Calma; / los mártires, en medio, / rasgando -muertos— la terrena sombra / al blando golpe de su fresca palma”. En este esquema piramidal la aristocracia se rige por las buenas maneras, la elegancia y la delicadeza, y la plebe por el instinto; aquella necesita del ideal, que naufraga por culpa de la plebe; ésta, en cambio, necesita del sometimiento y la amenaza del infierno. En el poema “Caballeros Teutones” resalta los valores nobles de la honra y el respeto a los códigos de honor que aconsejan morir primero antes que deshonrarse, del modo como sigue: “A destrizar la sórdida gavilla / bastaba la teutónica cuchilla; / pero la ley caballeresca manda / perecer sin defensa en la demanda / antes que herir a gentes de trahilla”. La plebe está conformada por el pueblo, los campesinos, los indios y los mineros. Al respecto dice Baldomero Sanín Cano, amigo de Valencia y prologuista de “Ritos”: “Las glorias del pasado español las ha hecho propias, y el espíritu maleante de sus vecinos ha señalado en su recinto la piedra que cubre los restos inmortales del Ingenioso Hidalgo”. Son frecuentes, en su poesía, los calificativos despectivos hacia la plebe: “[...salvajes de puño sanguinario”, “mesnada oscura”, impura falange de malsines y traidores “zurda banda de pillos y gañanes”, “sórdida gavilla”, “tropel de deslomadas hienas”; además: rufianes, turba, vulgo, etc. Sólo en el poema Anarkos, se vislumbra la sensibilidad social del poeta de Popayán; en él encontramos un sentimiento de piedad hacia los mineros, artífices de las grandes fortunas del Cauca. El poema lleva por epígrafe el famoso aforismo de Nietzsche: “[...] Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es espíritu”, escogencia que causa perplejidad, por hallarse fuera del contexto de su poética y, aun, del poema mismo, cuyo final concluye en la más absoluta sumisión a los preceptos católicos, contrario al credo nietzscheano. Aunque en el poema intuye una posible rebelión contra los amos, al recordar los sucesos de la Revolución Francesa y el cambio de época, neutraliza estos vientos, a través de la invocación conciliadora del Papa y de Jesucristo. El orden ecuménico lo representa Dios, la religión Católica y su organización eclesiástica, tan importantes para la conducción del mundo como el gobierno civil y el poder militar.
Acorde con su credo parnasiano y su educación aristocrática desterró de su poesía las alusiones al universo personal de infortunios y desajustes de la subjetividad, porque de acuerdo con las buenas maneras es preferible aparentar que exhibir las miserias. Lo normal en esta esfera de buenos modales es controlar los instintos, ignorarse como individuo particular, respondiendo a un modelo de hombre, de católico, de ciudadano y patriota, como, sin duda, se lo inculcaron en el Seminario de Popayán, donde hizo su bachillerato y se inició en el humanismo y las lenguas clásicas, incluyendo el hebreo, bajo la orientación del profesor Malezieux. Todo ello, más sus viajes por Europa, le confirieron una aureola de superioridad que le permitió desarrollar una vocación universal en su poética, en la cual prefirió no hablar de sí mismo, sino del género humano como portador de los más altos ideales. Quizá por ello le atrajo Nietzsche, aunque su pensamiento vaya en contravía del filósofo. Sin embargo, desea conservar a toda costa la moral de los señores.
Lo abruma la relación entre su yo y el finito, haciendo dolorosa la resignación, pero vislumbra en la eternidad el camino de salvación para salir de la angustia. Si el hombre se conformara con la pequeñez no sentiría angustia, mas como desea la grandeza, está expuesto al desengaño, por lo cual pregunta: “¿Es débil gemido / que anuncia el olvido, / o símbolo oscuro / que cifra el futuro? / ¿ Es la oculta clave / del amor humano, / o el ¡ay! De un gusano / que quiso ser ave ¿ave?”. En este sentido, el cristianismo creyó haber resuelto la angustia del hombre, al proporcionarle a través de la Redención un sentido a la vida humana. De igual modo el misterio, otro de los temas predilectos en la poesía Valenciana, se resuelve mediante la certeza en la creencia religiosa. La relación entre la pequeñez del ser humano, amenazado por la desgracia, la muerte y la condenación, versus el infinito, representado por Dios, es tan radical como absurda y se resuelve en el terreno de la fe, de acuerdo con los dogmas y el existencialismo cristiano de Kierkegaard. Esta apuesta abismal aumenta la pequeñez del ser humano; la vida parece un soplo, que llena al poeta de las más duras contriciones. Se mira así mismo como alguien que se despide preso de la melancolía ante el pobre balance de la existencia y lo inútil del propósito humano. La vida del hombre sólo tiene sentido en función de la Ciudad de Dios, como en San Agustín.
Por OMAR LASSO ECHAVARRIA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Ago. 23 de 2009
Centrando el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán con el terremoto de 1983, y en toda Colombia con la Constitución de 1991, tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a fines del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
Guillermo Valencia (1873-1943). Encarna, en su calidad de humanista, aristócrata, conservador, católico, buen ciudadano y patriota, los ideales y valores de la Constitución de 1886, a cuyo orden, de convivencia social armónica bajo preceptos de la iglesia Católica, se mantuvo siempre fiel. Con él culmina, en Colombia, la época del político “ilustrado”, y acaso también la del poeta civil. Fue poeta de su tiempo, de su clase social en Popayán, aunque algo rezagado en el contexto de las ideas de la época, tanto en lo estético como en lo social y político. El modelo de la élite conservadora e ilustrada era todavía entonces el humanismo hispánico, católico y grecorromano, heroico y ecuménico, el estoicismo cristiano y el formalismo de la ley. Todo ello en oposición a las corrientes ilustradas que bebieron en la fuente de las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana, en el empirismo, el positivismo y el pragmatismo.
Guillermo Valencia consciente como ciudadano, como político y como poeta de su ethos aristocrático recrea en su poesía los símbolos de la nacionalidad colombiana, de tradición católica y conservadora. En ella distingue tres estadios bien definidos que componen el orden ontológico de su cosmovisión social y poética: 1) El reino divino, 2) El orden aristocrático de los mártires, y 3) El de la plebe, tal como se aprecia en la siguiente cita: “En torno de las cruces / do murieron las víctimas, aullando / se amontonó la plebe enfurecida / como un tropel de deslomadas hienas, / Y abajo, los zarzales por alfombra, / y arriba, el Numen, el Amor y la Calma; / los mártires, en medio, / rasgando -muertos— la terrena sombra / al blando golpe de su fresca palma”. En este esquema piramidal la aristocracia se rige por las buenas maneras, la elegancia y la delicadeza, y la plebe por el instinto; aquella necesita del ideal, que naufraga por culpa de la plebe; ésta, en cambio, necesita del sometimiento y la amenaza del infierno. En el poema “Caballeros Teutones” resalta los valores nobles de la honra y el respeto a los códigos de honor que aconsejan morir primero antes que deshonrarse, del modo como sigue: “A destrizar la sórdida gavilla / bastaba la teutónica cuchilla; / pero la ley caballeresca manda / perecer sin defensa en la demanda / antes que herir a gentes de trahilla”. La plebe está conformada por el pueblo, los campesinos, los indios y los mineros. Al respecto dice Baldomero Sanín Cano, amigo de Valencia y prologuista de “Ritos”: “Las glorias del pasado español las ha hecho propias, y el espíritu maleante de sus vecinos ha señalado en su recinto la piedra que cubre los restos inmortales del Ingenioso Hidalgo”. Son frecuentes, en su poesía, los calificativos despectivos hacia la plebe: “[...salvajes de puño sanguinario”, “mesnada oscura”, impura falange de malsines y traidores “zurda banda de pillos y gañanes”, “sórdida gavilla”, “tropel de deslomadas hienas”; además: rufianes, turba, vulgo, etc. Sólo en el poema Anarkos, se vislumbra la sensibilidad social del poeta de Popayán; en él encontramos un sentimiento de piedad hacia los mineros, artífices de las grandes fortunas del Cauca. El poema lleva por epígrafe el famoso aforismo de Nietzsche: “[...] Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es espíritu”, escogencia que causa perplejidad, por hallarse fuera del contexto de su poética y, aun, del poema mismo, cuyo final concluye en la más absoluta sumisión a los preceptos católicos, contrario al credo nietzscheano. Aunque en el poema intuye una posible rebelión contra los amos, al recordar los sucesos de la Revolución Francesa y el cambio de época, neutraliza estos vientos, a través de la invocación conciliadora del Papa y de Jesucristo. El orden ecuménico lo representa Dios, la religión Católica y su organización eclesiástica, tan importantes para la conducción del mundo como el gobierno civil y el poder militar.
Acorde con su credo parnasiano y su educación aristocrática desterró de su poesía las alusiones al universo personal de infortunios y desajustes de la subjetividad, porque de acuerdo con las buenas maneras es preferible aparentar que exhibir las miserias. Lo normal en esta esfera de buenos modales es controlar los instintos, ignorarse como individuo particular, respondiendo a un modelo de hombre, de católico, de ciudadano y patriota, como, sin duda, se lo inculcaron en el Seminario de Popayán, donde hizo su bachillerato y se inició en el humanismo y las lenguas clásicas, incluyendo el hebreo, bajo la orientación del profesor Malezieux. Todo ello, más sus viajes por Europa, le confirieron una aureola de superioridad que le permitió desarrollar una vocación universal en su poética, en la cual prefirió no hablar de sí mismo, sino del género humano como portador de los más altos ideales. Quizá por ello le atrajo Nietzsche, aunque su pensamiento vaya en contravía del filósofo. Sin embargo, desea conservar a toda costa la moral de los señores.
Lo abruma la relación entre su yo y el finito, haciendo dolorosa la resignación, pero vislumbra en la eternidad el camino de salvación para salir de la angustia. Si el hombre se conformara con la pequeñez no sentiría angustia, mas como desea la grandeza, está expuesto al desengaño, por lo cual pregunta: “¿Es débil gemido / que anuncia el olvido, / o símbolo oscuro / que cifra el futuro? / ¿ Es la oculta clave / del amor humano, / o el ¡ay! De un gusano / que quiso ser ave ¿ave?”. En este sentido, el cristianismo creyó haber resuelto la angustia del hombre, al proporcionarle a través de la Redención un sentido a la vida humana. De igual modo el misterio, otro de los temas predilectos en la poesía Valenciana, se resuelve mediante la certeza en la creencia religiosa. La relación entre la pequeñez del ser humano, amenazado por la desgracia, la muerte y la condenación, versus el infinito, representado por Dios, es tan radical como absurda y se resuelve en el terreno de la fe, de acuerdo con los dogmas y el existencialismo cristiano de Kierkegaard. Esta apuesta abismal aumenta la pequeñez del ser humano; la vida parece un soplo, que llena al poeta de las más duras contriciones. Se mira así mismo como alguien que se despide preso de la melancolía ante el pobre balance de la existencia y lo inútil del propósito humano. La vida del hombre sólo tiene sentido en función de la Ciudad de Dios, como en San Agustín.
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYÁN 1980-2005 (PARTE V)
EL AMBIENTE INSTITUCIONAL
Por Omar Lasso Echavarría
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Creemos que el movimiento poético posterremoto en Popayán se consolidó a través del proyecto literario del recital universitario “Palabras y Notas”, animado por Guido Enríquez y Edgar Caicedo Cuéllar, la Revista de poesía “Ophelia”, y los encuentros de poesía “Ciudad de Popayán”, organizados por la Corporación de Arte Fundapalabra. y el Recital semestral “Palabras y Notas”, proyectos de los cuales algunos de los poetas mencionados fueron fundadores y gestores. Sin embargo, esta parte material e inmaterial no hubiera sido posible sin el patrocinio económico de diversas instituciones como el Área Cultural del Banco de la República, la Biblioteca Pública Departamental “Rafael Maya” de Comfacauca, la Fundación Cultural del Banco del Estado, el Ministerio de Cultura, el Fondo Mixto de Cultura del Cauca, la Fundación Casa de la Cultura y la Alcaldía Municipal de Popayán, que en 1992-1994 tuvo un alcalde sensible a lo artístico y consciente en ese momento del ethos cultural de la ciudad, como lo fue Luis Fernando Velasco, quien contribuyó en la financiación del “Encuentro de Poesía Ciudad de Popayán”, evento anual que en diez años de realización alcanzó dimensiones internacionales, y fue decisivo para nuestros poetas en su afán de lograr la interlocución externa y alcanzar la mayoría de edad.
Para cerrar este inventario de motivos que propiciaron el florecimiento de la cultura en Popayán, tengo que citar finalmente, con la modestia debida, el papel que desempeñó Macondo, libros y tertulia, como punto de referencia y confluencia de este grupo multigeneracional. Esta librería fue, en el curso de su historia, una especie de Gruta Simbólica o de Café automático en Bogotá o la Cueva de Barranquilla; es decir, una ventana a la cultura y al mundo. Por ella pasaron infinidad de creadores, muchos de los cuales dejaron su mensaje en las Bitácoras de Macondo. Jaime García Mafla la llamó “la librería angélica”. Por su parte, Lisandro Duque dijo de ella: “En Macondo conocí a la gente que me hacía falta”. Varias referencias aparecieron en revistas y periódicos, como en la edición del 9 de agosto de 1996 en Le mond de París y, recientemente, en un libro publicado en Francia, sobre pequeñas librerías culturales del mundo titulado Ici, lá-bas. Librairie Meura, Lille, 2005.
Queda pendiente la tarea de investigar otros antecedentes literarios importantes que abrieron el camino a esta generación, explorando nuevos temas y lenguajes: Carmen Paredes Pardo, Elcías Martán Góngora, Alberto Mosquera, Gerardo Valencia, Plutarco Elías Ramírez, Matilde Espinosa, Gloria Cepeda Vargas, Víctor Paz, Alfredo Vanín y la generación de la revista La Rueda, integrada por Carlos Fajardo y Cristóbal Gnecco entre sus poetas más consolidados. También Habría que tratar de reconstruir algunas líneas poéticas características en la historia de la poesía caucana que vienen de Guillermo Valencia, Rafael Maya, la tradición de la poesía epigramática, satírico-festiva y la poesía social o política, lo cual sugiere otro ensayo. Ahora nos interesa centrar el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán a partir del terremoto de 1983 y la Constitución de 1991. Para ello tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a finales del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
Por Omar Lasso Echavarría
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Creemos que el movimiento poético posterremoto en Popayán se consolidó a través del proyecto literario del recital universitario “Palabras y Notas”, animado por Guido Enríquez y Edgar Caicedo Cuéllar, la Revista de poesía “Ophelia”, y los encuentros de poesía “Ciudad de Popayán”, organizados por la Corporación de Arte Fundapalabra. y el Recital semestral “Palabras y Notas”, proyectos de los cuales algunos de los poetas mencionados fueron fundadores y gestores. Sin embargo, esta parte material e inmaterial no hubiera sido posible sin el patrocinio económico de diversas instituciones como el Área Cultural del Banco de la República, la Biblioteca Pública Departamental “Rafael Maya” de Comfacauca, la Fundación Cultural del Banco del Estado, el Ministerio de Cultura, el Fondo Mixto de Cultura del Cauca, la Fundación Casa de la Cultura y la Alcaldía Municipal de Popayán, que en 1992-1994 tuvo un alcalde sensible a lo artístico y consciente en ese momento del ethos cultural de la ciudad, como lo fue Luis Fernando Velasco, quien contribuyó en la financiación del “Encuentro de Poesía Ciudad de Popayán”, evento anual que en diez años de realización alcanzó dimensiones internacionales, y fue decisivo para nuestros poetas en su afán de lograr la interlocución externa y alcanzar la mayoría de edad.
Para cerrar este inventario de motivos que propiciaron el florecimiento de la cultura en Popayán, tengo que citar finalmente, con la modestia debida, el papel que desempeñó Macondo, libros y tertulia, como punto de referencia y confluencia de este grupo multigeneracional. Esta librería fue, en el curso de su historia, una especie de Gruta Simbólica o de Café automático en Bogotá o la Cueva de Barranquilla; es decir, una ventana a la cultura y al mundo. Por ella pasaron infinidad de creadores, muchos de los cuales dejaron su mensaje en las Bitácoras de Macondo. Jaime García Mafla la llamó “la librería angélica”. Por su parte, Lisandro Duque dijo de ella: “En Macondo conocí a la gente que me hacía falta”. Varias referencias aparecieron en revistas y periódicos, como en la edición del 9 de agosto de 1996 en Le mond de París y, recientemente, en un libro publicado en Francia, sobre pequeñas librerías culturales del mundo titulado Ici, lá-bas. Librairie Meura, Lille, 2005.
Queda pendiente la tarea de investigar otros antecedentes literarios importantes que abrieron el camino a esta generación, explorando nuevos temas y lenguajes: Carmen Paredes Pardo, Elcías Martán Góngora, Alberto Mosquera, Gerardo Valencia, Plutarco Elías Ramírez, Matilde Espinosa, Gloria Cepeda Vargas, Víctor Paz, Alfredo Vanín y la generación de la revista La Rueda, integrada por Carlos Fajardo y Cristóbal Gnecco entre sus poetas más consolidados. También Habría que tratar de reconstruir algunas líneas poéticas características en la historia de la poesía caucana que vienen de Guillermo Valencia, Rafael Maya, la tradición de la poesía epigramática, satírico-festiva y la poesía social o política, lo cual sugiere otro ensayo. Ahora nos interesa centrar el análisis en el cambio de época que se produce en Popayán a partir del terremoto de 1983 y la Constitución de 1991. Para ello tendremos en cuenta dos hitos históricos de épocas distintas, en lo social, lo político y lo cultural, demarcadas, de modo definitivo, a finales del s. XX: la primera, representada por la Constitución de 1886, cuyo símbolo nacional es el poeta Guillermo Valencia, y la segunda, representada por la Constitución de 1991, cuya nueva expresión poética la inaugura, en Popayán, la Generación Posterremoto.
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYAN 1980-2005 (PARTE IV)
EL AMBIENTE ARTÍSTICO
POR: OMAR LASSO ECHAVARRIA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Esta época dorada (década de los 90s) tuvo, además, otros creadores artísticos que aportaron su esfuerzo. El registro fotográfico correspondió a Diego Tovar, a través de estudios, exposiciones, cubrimiento de eventos, y como partícipe de muchas tertulias. En el campo de la plástica resaltaron los pintores Gustavo Hernández, Rodrigo Valencia, Adolfo Torres, Ramiro Leiton y Alfonso Renza, quienes ilustraron generosamente libros y carátulas de varios autores. Los tres primeros nos descubrieron un mundo onírico y simbólico desde diferentes preocupaciones y cosmovisiones: mágicas, esotéricas, místicas, metafísicas, existencialistas, con símbolos de la tradición occidental y también local. Ramiro Leiton, seguido después por Jafet Gómez, llamó la atención sobre el valor de las culturas autóctonas. Por su parte Alfonso Renza nos puso en contacto de otras inquietudes contemporáneas del mundo urbano. Fue también el tiempo de la caída del acuarelista escocés Peter Walton quien, atraído por la magia del trópico, había llegado en 1973 a Popayán donde se vinculó como profesor de Artes Plásticas en la Universidad del Cauca. Otro retazo de esta historia, en lo marginal, le correspondió a Billy Fals, artista autodidacta malogrado por la droga, cuya genética ancestral se manifestó a través del uso de la tierra como elemento básico de una técnica que inventó y aplicó en su pintura, dando inicio a una tradición popular propagada en Popayán por algún tiempo. Memorables fueron, para lo que nos interesa mostrar, las exposiciones “Apocalípticos” (1991) de Rodrigo Valencia y “Carnaval” (1988) de Adolfo Torres (1951). Ambos pintores irrumpieron valerosamente en la escena de una sociedad religiosa tradicional con un conjunto de cuadros que perturbaron el imaginario local. Los “Apocalípticos” de Valencia transgredieron formas y símbolos, mostrando el caos del mundo. La exposición de Torres, portadora de una agresividad demoníaca, evocó el horror de la guerra en las pinturas de Goya, durante la invasión napoleónica a España. Recordamos en especial el “Ángel de la muerte”, un cuadro en carboncillo de aproximadamente cinco metros de largo, digno de la onda metálica, muy posicionada por aquel entonces en el rock pesado. Ambas exposiciones, a la vez que producían angustia, eran portadoras de un sentimiento liberador, como todo aquello que recuerda la condición humana, al emanciparnos de los artificios de una cultura que niega lo que en el fondo somos. Merece consideración especial, para cerrar este capítulo de la plástica, la importante labor desempeñada por la fundación Pintaw Mawa (1987) en pro de los artistas caucanos, tanto de formación académica como autodidactas, a través del Salón Septiembre de Artes Visuales que abrió ese mismo año, y donde se proyectó por primera vez el video-arte Fantasía protagonizado por Carlos Illera. Pintaw Mawa fue un colectivo de artistas y trabajadores sociales integrado por Ramiro Leiton, Nancy Muñoz, José Manuel Valdés, Gloria Díaz, Santiago Hurtado, Patricia Salinas, Oscar Potes, Pedro Salazar, Jafet Gómez, Alfonso Renza, Julián Rivera, Ari Hurtado, entre otros. Su intensa actividad se extendió hasta 1998. Este grupo se caracterizó por el propósito de integrar el arte a los ámbitos social y educativo, propiciando la diversidad de expresiones culturales, y haciendo énfasis, no tanto en la promoción individual de los artistas, como sí en la práctica del arte como medio de comunicación y creación social de valores. Por tal razón se orientó a la docencia, a los talleres, y al desarrollo de metodologías que privilegiaran el uso de materiales no convencionales. Sus aportes quedaron registrados en afiches, revistas, carteles, libros y murales.
Floreció también durante este periodo el arte audiovisual. Y aquí aparece de nuevo en escena, como lo veremos en el tópico literario, el colegio Inem. En el año de 1985 este colegio compró equipos de producción audiovisual con los cuales Gerardo Frey Campo y Nelson Freddy Osorio realizaron sus primeras obras: En carne viva (1985) y Por un mal camino (1985), respectivamente. En el año de 1988, Guillermo Pérez La Rotta y Herinaldy Gómez, profesores de la Universidad del Cauca, iniciaron un taller de capacitación con el auspicio de Cine Arte Nueva Imagen y el Sena, en el que se impartieron cursos de apreciación, guión y realización, bajo la orientación de Lisandro Duque. De este taller resultó la película Crisálida (1990). En el año 1989 Nelson Osorio, Stella Fernández y Carlos Illera fundaron Fundefilms, que produjo: Fantasía (video poema, 1989), Koomsex (1991), Occidente (1991), Ecce Homo (1992) y Marcando Calavera (1999). En estas producciones predominó como tema el entorno social de marginalidad juvenil (drogas, violencia y sexualidad de los adolescentes), resultado del deterioro social posterior al terremoto. En el año 1999 el Fondo Mixto de Cultura del Cauca, a través del apoyo del Ministerio de Cultura inició el Taller de Formación Imaginando nuestra imagen, bajo la dirección de Víctor Gaviria. Luego de este evento surge el grupo Cinestesia, animado por Juan Pablo Bonilla, Víctor Hugo Camayo, Manolo Gómez Mosquera, Alex López, entre otros jóvenes realizadores, quienes produjeron: Luna Criminal (1999), Perdida para un poema (1999), Besaste a Lily (2002), Invitado a cenar (2002), en cuyos temas predominó la intención ficcional. Al igual que ocurría en literatura, estos jóvenes problematizaron los valores y el sentido de la ciudad contemporánea.
POR: OMAR LASSO ECHAVARRIA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Esta época dorada (década de los 90s) tuvo, además, otros creadores artísticos que aportaron su esfuerzo. El registro fotográfico correspondió a Diego Tovar, a través de estudios, exposiciones, cubrimiento de eventos, y como partícipe de muchas tertulias. En el campo de la plástica resaltaron los pintores Gustavo Hernández, Rodrigo Valencia, Adolfo Torres, Ramiro Leiton y Alfonso Renza, quienes ilustraron generosamente libros y carátulas de varios autores. Los tres primeros nos descubrieron un mundo onírico y simbólico desde diferentes preocupaciones y cosmovisiones: mágicas, esotéricas, místicas, metafísicas, existencialistas, con símbolos de la tradición occidental y también local. Ramiro Leiton, seguido después por Jafet Gómez, llamó la atención sobre el valor de las culturas autóctonas. Por su parte Alfonso Renza nos puso en contacto de otras inquietudes contemporáneas del mundo urbano. Fue también el tiempo de la caída del acuarelista escocés Peter Walton quien, atraído por la magia del trópico, había llegado en 1973 a Popayán donde se vinculó como profesor de Artes Plásticas en la Universidad del Cauca. Otro retazo de esta historia, en lo marginal, le correspondió a Billy Fals, artista autodidacta malogrado por la droga, cuya genética ancestral se manifestó a través del uso de la tierra como elemento básico de una técnica que inventó y aplicó en su pintura, dando inicio a una tradición popular propagada en Popayán por algún tiempo. Memorables fueron, para lo que nos interesa mostrar, las exposiciones “Apocalípticos” (1991) de Rodrigo Valencia y “Carnaval” (1988) de Adolfo Torres (1951). Ambos pintores irrumpieron valerosamente en la escena de una sociedad religiosa tradicional con un conjunto de cuadros que perturbaron el imaginario local. Los “Apocalípticos” de Valencia transgredieron formas y símbolos, mostrando el caos del mundo. La exposición de Torres, portadora de una agresividad demoníaca, evocó el horror de la guerra en las pinturas de Goya, durante la invasión napoleónica a España. Recordamos en especial el “Ángel de la muerte”, un cuadro en carboncillo de aproximadamente cinco metros de largo, digno de la onda metálica, muy posicionada por aquel entonces en el rock pesado. Ambas exposiciones, a la vez que producían angustia, eran portadoras de un sentimiento liberador, como todo aquello que recuerda la condición humana, al emanciparnos de los artificios de una cultura que niega lo que en el fondo somos. Merece consideración especial, para cerrar este capítulo de la plástica, la importante labor desempeñada por la fundación Pintaw Mawa (1987) en pro de los artistas caucanos, tanto de formación académica como autodidactas, a través del Salón Septiembre de Artes Visuales que abrió ese mismo año, y donde se proyectó por primera vez el video-arte Fantasía protagonizado por Carlos Illera. Pintaw Mawa fue un colectivo de artistas y trabajadores sociales integrado por Ramiro Leiton, Nancy Muñoz, José Manuel Valdés, Gloria Díaz, Santiago Hurtado, Patricia Salinas, Oscar Potes, Pedro Salazar, Jafet Gómez, Alfonso Renza, Julián Rivera, Ari Hurtado, entre otros. Su intensa actividad se extendió hasta 1998. Este grupo se caracterizó por el propósito de integrar el arte a los ámbitos social y educativo, propiciando la diversidad de expresiones culturales, y haciendo énfasis, no tanto en la promoción individual de los artistas, como sí en la práctica del arte como medio de comunicación y creación social de valores. Por tal razón se orientó a la docencia, a los talleres, y al desarrollo de metodologías que privilegiaran el uso de materiales no convencionales. Sus aportes quedaron registrados en afiches, revistas, carteles, libros y murales.
Floreció también durante este periodo el arte audiovisual. Y aquí aparece de nuevo en escena, como lo veremos en el tópico literario, el colegio Inem. En el año de 1985 este colegio compró equipos de producción audiovisual con los cuales Gerardo Frey Campo y Nelson Freddy Osorio realizaron sus primeras obras: En carne viva (1985) y Por un mal camino (1985), respectivamente. En el año de 1988, Guillermo Pérez La Rotta y Herinaldy Gómez, profesores de la Universidad del Cauca, iniciaron un taller de capacitación con el auspicio de Cine Arte Nueva Imagen y el Sena, en el que se impartieron cursos de apreciación, guión y realización, bajo la orientación de Lisandro Duque. De este taller resultó la película Crisálida (1990). En el año 1989 Nelson Osorio, Stella Fernández y Carlos Illera fundaron Fundefilms, que produjo: Fantasía (video poema, 1989), Koomsex (1991), Occidente (1991), Ecce Homo (1992) y Marcando Calavera (1999). En estas producciones predominó como tema el entorno social de marginalidad juvenil (drogas, violencia y sexualidad de los adolescentes), resultado del deterioro social posterior al terremoto. En el año 1999 el Fondo Mixto de Cultura del Cauca, a través del apoyo del Ministerio de Cultura inició el Taller de Formación Imaginando nuestra imagen, bajo la dirección de Víctor Gaviria. Luego de este evento surge el grupo Cinestesia, animado por Juan Pablo Bonilla, Víctor Hugo Camayo, Manolo Gómez Mosquera, Alex López, entre otros jóvenes realizadores, quienes produjeron: Luna Criminal (1999), Perdida para un poema (1999), Besaste a Lily (2002), Invitado a cenar (2002), en cuyos temas predominó la intención ficcional. Al igual que ocurría en literatura, estos jóvenes problematizaron los valores y el sentido de la ciudad contemporánea.
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYAN, POPAYÁN 1980-2005 (PARTE III)
EL AMBIENTE INTELECTUAL
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, junio 28 de 2009
Acercando más la lente encontramos algunos factores que propiciaron la investigación y la creación literaria en Popayán durante la década anterior, que alcanza, inicialmente, su punto más alto con tres premios nacionales del Ministerio de Cultura (antes Colcultura): el obtenido por Guido Barona Becerra, con el ensayo “Legitimidad y sujeción: Los paradigmas de la “invención” de América” (1993), el de Francisco Gómez Campillo con el libro de poesía “La tiniebla luminosa” (1993), y el asignado a Hortensia Alaix de Valencia, en la modalidad de literatura oral, por el libro “Literatura popular. Tradición oral en la localidad del Patía” (1994). Pero ya antes, en 1988, Horacio Ayala, entonces estudiante de literatura, había ganado el premio universitario de poesía ICFES, y Mario Erazo, compañero suyo, obtenía el segundo lugar.
Después vendría una serie de éxitos de varios poetas, que ganaron premios regionales, nacionales e internacionales. Los concursos y las becas de creación del Fondo Mixto de Cultura del Cauca y el Ministerio de Cultura impulsaron a toda una generación de investigadores y escritores. En el campo de la creación literaria sobresalió, en un principio, la poesía; luego, en el último lustro, se observa un marcado interés por la narrativa, lo cual merece un estudio aparte de esta reflexión. De igual modo, poco a poco se consolidan auténticos sellos editoriales, como el de la Universidad del Cauca, Estuario y Axis Mundi.
Este florecimiento coincide o, quizá, fue propiciado por un cambio de época en el pensamiento occidental: la crisis de la modernidad, centrada en la dominación de una razón ilustrada que pretendía imponer sus ideas a la realidad, y que en nuestro caso lo venía haciendo en una lucha enconada contra el modelo escolástico, desde la conformación de nuestro estado nacional, hasta el triunfo de las corrientes conservadoras que impusieron una Constitución de apariencia demoliberal y fundamento escolástico. Con el cambio de Constitución en 1991, en respuesta a la exigencia de un amplio reconocimiento político de la nación colombiana, nuestro país dio un viraje hacia la corriente postmoderna, caracterizada por un descentramiento de la razón ilustrada que abandonó el propósito de ejercer una legislación universal desde la soberanía del pensamiento, en sentido kantiano.
Para precisar más esta idea digamos que la Constitución colombiana efectuó un cambio considerable respecto a la concepción de sujeto implícito en ella. Pasó de un sujeto abstracto de aureola católica, con derechos generales, a una diversidad de sujetos con derechos específicos y cosmovisiones diversas que se harían valer mediante la Tutela y las Acciones populares y de Cumplimiento. En consecuencia, el papel del intelectual cambió; ya no buscaría la transformación del mundo o de la historia, sino la de su entorno y de algunas parcelas de la realidad. De este modo, se hizo corriente la participación del intelectual en política. Como fruto de este cambio de paradigma la Universidad del Cauca pasó en los últimos periodos rectorales de un modelo centralista a un modelo descentralizado, de cara a la provincia caucana. También la Gobernación del Cauca durante el período 2001-2004, fue motivo de hechos notables: la elección del indígena guambiano Floro Tunubalá.
Esto quizá como resultado del reconocimiento de las minorías étnicas y el fortalecimiento de lo alternativo en todos los ámbitos de la vida, sumado también a la crisis de los partidos políticos tradicionales. Sería éste, sin duda, el suceso más notable en la esfera de lo social y lo político que cerró el siglo XX en Popayán y el departamento del Cauca, reflejo de una época singular, que se probó y, a la vez, se agotó ante unas fuerzas y estamentos tradicionales en crisis, en medio de la ingobernabilidad propia de un sistema político de castas, que, a la postre, se fortalecería en Popayán, a través de sus partidos históricos.
Nos interesa ahora resaltar el aspecto del intelectual, ya no aislado, sino el de aquel que se integró al dinamismo social animando nuestra época. Teniendo en cuenta este punto de vista, donde el talento se mide por la capacidad de influir en el acto generoso de darse a los demás, debemos destacar la labor de algunos intelectuales en Popayán que animaron esta época desde las distintas esferas del saber y la vida cotidiana: el historiador Guido Barona Becerra ha sido, sin lugar a dudas, el librepensador más solvente durante este periodo. Con una vigorosa vocación epistemológica, practicó la transversalidad disciplinar de saberes: historia, antropología, filosofía, política y semiótica. Su conocimiento, deliciosamente permeado por la vivencia, logró acercar lo universal a la dimensión cotidiana de las problemáticas de distinto orden: académico, social, político, económico y cultural. Destacamos también la actitud del politólogo Diego de Jesús Jaramillo, quien encarnó al intelectual orgánico de Gramci en su afán de unir el saber a la vida.
Por su parte Eduardo Gómez Cerón, modelo de hombre culto, en el sentido de vivir la dimensión cultural de lo cotidiano, poseedor de un gran don de gentes y altura crítica en el ejercicio del periodismo, ha sido inagotable cantera anecdótica del devenir social, político y cultural de la ciudad. Gustavo Wilches, una de las inteligencias más lúcidas y polifacéticas, de orientación holística en su quehacer práctico y teórico, se ha destacado como guía social indiscutible, con una visión de ciudad cual pocos para dirigir los destinos de Popayán, en una época acéfala de políticos ilustrados. Julio César Payán continuó la práctica revolucionaria de la medicina bioenergética, iniciada en Popayán por su colega Germán Duque Mejía, a principios de los setentas, en claro desafío a la ortodoxia anclada en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Cauca, de la cual Payán fue docente. Además, se integró luego al devenir social y político desempeñando una labor educadora y crítica desde la prensa y la radio.
En otra orilla, como voz nostálgica de un tiempo pasado ya irrecuperable, el antropólogo Hernán Torres, de formación anglosajona, ahondó en el imaginario cultural de la ciudad a través de sus brillantes conferencias de antropología poética. No obstante su labor de quijote solitario, vio naufragar la arcadia en medio de la indiferencia de sus contemporáneos. Luciano Rivera, con sus charlas krishnamurtianas propició el encuentro del individuo consigo mismo en contraposición de aquellos preocupados sólo por la transformación del mundo, como si los seres humanos se rigieran únicamente por relaciones objetivas. Ricardo Quintero, a través de su cultura, lucidez y constante inquietud, animó la conciencia crítica de la ciudad, sin perder de vista la síntesis necesaria entre pasado, presente y porvenir. Víctor Paz Otero, por su parte, encarnó la conciencia histórica y crítica de Popayán, en un lenguaje delirante y lleno de belleza, cargado de ironía y resentimiento frente a un pasado histórico de voraces apetitos personales y un presente sin grandeza; sentimientos que recuerdan antiguas rencillas partidistas, que en su momento se resolvieron con la espada.
Este grupo de pensadores, fieles al “posteris lumen moriturus edat” (El que ha de morir deje una luz a la posteridad) no estaría completo si no mencionáramos a tres artistas de constante presencia en el quehacer cultural de fin de milenio en Popayán, como protagonistas y mecenas de la cultura, éstos son: Guido Enríquez, de amplios conocimientos humanísticos y cultor de la poesía moderna y de género festivo, en la mejor tradición payanesa de las últimas generaciones; Gloria Cepeda Vargas, la poeta más reconocida en nuestro medio, quien abrió el camino a una nueva generación de mujeres escritoras, hoy integrada al grupo Amaltea, junto a Matilde Eljach, Hilda Inés Pardo, Mary Edith Murillo y Luisa Fernanda Bossa, estas últimas de exitosa participación en recientes versiones del concurso de poesía femenina de Roldanillo, Valle. Igual de importante fue el aporte de Eduardo Rosero Pantoja, lingüista, escritor, y cantautor, por haber puesto su talento musical al servicio de los escritores con generosidad sin par. Su voz lírica, llena de nostalgia, tuvo la versatilidad para cantar toda clase de ritmos del folclor nacional y latinoamericano, aun en lengua vernácula. (Continuará).
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, junio 28 de 2009
Acercando más la lente encontramos algunos factores que propiciaron la investigación y la creación literaria en Popayán durante la década anterior, que alcanza, inicialmente, su punto más alto con tres premios nacionales del Ministerio de Cultura (antes Colcultura): el obtenido por Guido Barona Becerra, con el ensayo “Legitimidad y sujeción: Los paradigmas de la “invención” de América” (1993), el de Francisco Gómez Campillo con el libro de poesía “La tiniebla luminosa” (1993), y el asignado a Hortensia Alaix de Valencia, en la modalidad de literatura oral, por el libro “Literatura popular. Tradición oral en la localidad del Patía” (1994). Pero ya antes, en 1988, Horacio Ayala, entonces estudiante de literatura, había ganado el premio universitario de poesía ICFES, y Mario Erazo, compañero suyo, obtenía el segundo lugar.
Después vendría una serie de éxitos de varios poetas, que ganaron premios regionales, nacionales e internacionales. Los concursos y las becas de creación del Fondo Mixto de Cultura del Cauca y el Ministerio de Cultura impulsaron a toda una generación de investigadores y escritores. En el campo de la creación literaria sobresalió, en un principio, la poesía; luego, en el último lustro, se observa un marcado interés por la narrativa, lo cual merece un estudio aparte de esta reflexión. De igual modo, poco a poco se consolidan auténticos sellos editoriales, como el de la Universidad del Cauca, Estuario y Axis Mundi.
Este florecimiento coincide o, quizá, fue propiciado por un cambio de época en el pensamiento occidental: la crisis de la modernidad, centrada en la dominación de una razón ilustrada que pretendía imponer sus ideas a la realidad, y que en nuestro caso lo venía haciendo en una lucha enconada contra el modelo escolástico, desde la conformación de nuestro estado nacional, hasta el triunfo de las corrientes conservadoras que impusieron una Constitución de apariencia demoliberal y fundamento escolástico. Con el cambio de Constitución en 1991, en respuesta a la exigencia de un amplio reconocimiento político de la nación colombiana, nuestro país dio un viraje hacia la corriente postmoderna, caracterizada por un descentramiento de la razón ilustrada que abandonó el propósito de ejercer una legislación universal desde la soberanía del pensamiento, en sentido kantiano.
Para precisar más esta idea digamos que la Constitución colombiana efectuó un cambio considerable respecto a la concepción de sujeto implícito en ella. Pasó de un sujeto abstracto de aureola católica, con derechos generales, a una diversidad de sujetos con derechos específicos y cosmovisiones diversas que se harían valer mediante la Tutela y las Acciones populares y de Cumplimiento. En consecuencia, el papel del intelectual cambió; ya no buscaría la transformación del mundo o de la historia, sino la de su entorno y de algunas parcelas de la realidad. De este modo, se hizo corriente la participación del intelectual en política. Como fruto de este cambio de paradigma la Universidad del Cauca pasó en los últimos periodos rectorales de un modelo centralista a un modelo descentralizado, de cara a la provincia caucana. También la Gobernación del Cauca durante el período 2001-2004, fue motivo de hechos notables: la elección del indígena guambiano Floro Tunubalá.
Esto quizá como resultado del reconocimiento de las minorías étnicas y el fortalecimiento de lo alternativo en todos los ámbitos de la vida, sumado también a la crisis de los partidos políticos tradicionales. Sería éste, sin duda, el suceso más notable en la esfera de lo social y lo político que cerró el siglo XX en Popayán y el departamento del Cauca, reflejo de una época singular, que se probó y, a la vez, se agotó ante unas fuerzas y estamentos tradicionales en crisis, en medio de la ingobernabilidad propia de un sistema político de castas, que, a la postre, se fortalecería en Popayán, a través de sus partidos históricos.
Nos interesa ahora resaltar el aspecto del intelectual, ya no aislado, sino el de aquel que se integró al dinamismo social animando nuestra época. Teniendo en cuenta este punto de vista, donde el talento se mide por la capacidad de influir en el acto generoso de darse a los demás, debemos destacar la labor de algunos intelectuales en Popayán que animaron esta época desde las distintas esferas del saber y la vida cotidiana: el historiador Guido Barona Becerra ha sido, sin lugar a dudas, el librepensador más solvente durante este periodo. Con una vigorosa vocación epistemológica, practicó la transversalidad disciplinar de saberes: historia, antropología, filosofía, política y semiótica. Su conocimiento, deliciosamente permeado por la vivencia, logró acercar lo universal a la dimensión cotidiana de las problemáticas de distinto orden: académico, social, político, económico y cultural. Destacamos también la actitud del politólogo Diego de Jesús Jaramillo, quien encarnó al intelectual orgánico de Gramci en su afán de unir el saber a la vida.
Por su parte Eduardo Gómez Cerón, modelo de hombre culto, en el sentido de vivir la dimensión cultural de lo cotidiano, poseedor de un gran don de gentes y altura crítica en el ejercicio del periodismo, ha sido inagotable cantera anecdótica del devenir social, político y cultural de la ciudad. Gustavo Wilches, una de las inteligencias más lúcidas y polifacéticas, de orientación holística en su quehacer práctico y teórico, se ha destacado como guía social indiscutible, con una visión de ciudad cual pocos para dirigir los destinos de Popayán, en una época acéfala de políticos ilustrados. Julio César Payán continuó la práctica revolucionaria de la medicina bioenergética, iniciada en Popayán por su colega Germán Duque Mejía, a principios de los setentas, en claro desafío a la ortodoxia anclada en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Cauca, de la cual Payán fue docente. Además, se integró luego al devenir social y político desempeñando una labor educadora y crítica desde la prensa y la radio.
En otra orilla, como voz nostálgica de un tiempo pasado ya irrecuperable, el antropólogo Hernán Torres, de formación anglosajona, ahondó en el imaginario cultural de la ciudad a través de sus brillantes conferencias de antropología poética. No obstante su labor de quijote solitario, vio naufragar la arcadia en medio de la indiferencia de sus contemporáneos. Luciano Rivera, con sus charlas krishnamurtianas propició el encuentro del individuo consigo mismo en contraposición de aquellos preocupados sólo por la transformación del mundo, como si los seres humanos se rigieran únicamente por relaciones objetivas. Ricardo Quintero, a través de su cultura, lucidez y constante inquietud, animó la conciencia crítica de la ciudad, sin perder de vista la síntesis necesaria entre pasado, presente y porvenir. Víctor Paz Otero, por su parte, encarnó la conciencia histórica y crítica de Popayán, en un lenguaje delirante y lleno de belleza, cargado de ironía y resentimiento frente a un pasado histórico de voraces apetitos personales y un presente sin grandeza; sentimientos que recuerdan antiguas rencillas partidistas, que en su momento se resolvieron con la espada.
Este grupo de pensadores, fieles al “posteris lumen moriturus edat” (El que ha de morir deje una luz a la posteridad) no estaría completo si no mencionáramos a tres artistas de constante presencia en el quehacer cultural de fin de milenio en Popayán, como protagonistas y mecenas de la cultura, éstos son: Guido Enríquez, de amplios conocimientos humanísticos y cultor de la poesía moderna y de género festivo, en la mejor tradición payanesa de las últimas generaciones; Gloria Cepeda Vargas, la poeta más reconocida en nuestro medio, quien abrió el camino a una nueva generación de mujeres escritoras, hoy integrada al grupo Amaltea, junto a Matilde Eljach, Hilda Inés Pardo, Mary Edith Murillo y Luisa Fernanda Bossa, estas últimas de exitosa participación en recientes versiones del concurso de poesía femenina de Roldanillo, Valle. Igual de importante fue el aporte de Eduardo Rosero Pantoja, lingüista, escritor, y cantautor, por haber puesto su talento musical al servicio de los escritores con generosidad sin par. Su voz lírica, llena de nostalgia, tuvo la versatilidad para cantar toda clase de ritmos del folclor nacional y latinoamericano, aun en lengua vernácula. (Continuará).
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYAN 1980-2005 (PARTE II)
CONTEXTO Y POÉTICA
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, 14 de junio de 2009
El terremoto de 1983 y la Constitución de 1991 no sólo cambiaron la fachada y el inquilinato institucional en Popayán, sino también el imaginario urbano, con nuevas expresiones sociales, culturales, políticas y económicas. Digamos que el sismo del 31 de marzo, despertó una conciencia espiritual distinta, entendido esto como caos generador de otro orden. Sin embargo, este acontecimiento telúrico no hubiera sido suficiente sin la reforma constitucional del 91 que reordenó las fuerzas sociales al invertir en cierta forma la pirámide política.
A partir de la reconstrucción de la ciudad hubo terreno abonado para muchos proyectos sociales, económicos, políticos y culturales. La producción literaria e intelectual se vio favorecida en una primera etapa a través de la creación de los Fondos Mixtos de Cultura regionales mediante los cuales se descentralizó la administración del Ministerio de Cultura de acuerdo con una más equitativa distribución de recursos. Estas entidades inicialmente apoyaron todas las expresiones artísticas e intelectuales, mediante diversas convocatorias y becas de trabajo. Posteriormente, con la llegada de Consuelo Araujo Noguera (la Casica) a la dirección del Ministerio de Cultura, y un poco antes con Ramiro Osorio, quien implementó políticas de apoyo para el sector cultural tomando como referente la experiencia mexicana, el proceso dio un viraje hacia el campo folclórico, que ahora intenta saldar la deuda histórica acumulada durante muchos siglos de exclusión y discriminación con las minorías étnicas del país.
Aparte de ello, en Popayán se dio un campo abonado para la creación literaria por su tradición de ciudad culta, por las contradicciones que salieron a flote y gracias al liderazgo en el campo educativo de profesores como Donaldo Mendoza y sus colaboradores en el colegio INEM, que a través de sus cátedras literarias, del trabajo en equipo y del periódico “Reconstrucción” dieron voz a una nueva generación en cierne de sectores humildes de la ciudad de Popayán, de donde ha egresado el mayor número integrantes del movimiento poético que ahora se destaca.
Luego, en la Universidad del Cauca se tuvo la fortuna de contar con la presencia del poeta más grande de Colombia, Giovanni Quessep, quien con su presencia pletórica de sensibilidad, espiritualidad y solvencia intelectual se convirtió en referente y guía no solamente para esa generación que dio sus pininos en el INEM, sino para el conjunto de Popayán que volvía a ser foco de atención nacional e internacional. A todo ello hay que sumar la creación de la revista de poesía “Ophelia” que integró a los poetas y organizó eventos de talla local, nacional e internacional como el “Encuentro de poesía Ciudad de Popayán” que alcanzó cerca de 10 versiones con invitados de calidad, esto gracias al apoyo interinstitucional de entidades comprometidas con el sector educativo y cultural como es el Banco de la República.
El grupo de bardos que componen la generación nueva de poetas en Popayán (en especial, Carlos Illera, Francisco Gómez Campillo, Felipe García Quintero, César Samboní, Edgar Caicedo, Marco Valencia e Hilda Inés Pardo) es vástago de una época llena de contradicciones, lo suficientemente vigorosa como para confrontar, desde lo poético, valores todavía dominantes, aunque con poca conciencia política y sin ninguna experiencia partidista. En tanto hecho literario, cultural y sociológico es un grupo que muestra solidez e identidad de conjunto, aunque sus poéticas tengan un sello muy personal. Es así, por ejemplo, que algunos conservan el tono lírico y confesional; otros, un tono coloquial cercano a la prosa. Sin embargo, comparten valores como la rebeldía frente a los símbolos tradicionales.
Este grupo se caracterizan también por la confrontación individual frente a la existencia, importándoles “su verdad”, en calidad de sujetos, fragmentados por diversos aspectos de orden familiar y social, y la búsqueda de un lenguaje propio. En su mayoría son poetas de provincia o de modesta condición socioeconómica, que se rebelan en el canto contra su propia condición de vida, frente a una sociedad tradicional en crisis, tanto en sus imaginarios como en la pérdida de poder económico y sociopolítico, en un proceso de reacomodo de nuevas fuerzas sociales con imaginarios distintos.
Se trata de una generación de voces emergentes que ponen de manifiesto la nueva situación de la ciudad, dominada por diversos actores sociales llegados de la provincia caucana después del terremoto, y por la estampida progresiva de los payaneses raizales a ciudades de mayor progreso. Este cambio social generó una dinámica distinta en la ciudad de Popayán, tras el surgimiento de nuevos fenómenos urbanos, propios de grandes ciudades: cinturones de miseria, delincuencia organizada, pandillismo, narcotráfico, consumo de estupefacientes, mendicidad generalizada, desplazamiento forzado desde zonas de conflicto, etc.
Tales fenómenos, ya comunes en nuestro país y agravados durante las dos últimas décadas, transformaron aceleradamente pueblos y ciudades, alterando las identidades sociales e individuales. Estos cambios, no obstante, generaron condiciones favorables a la creación estética. Uno de ellos fue el surgimiento de lo anónimo como categoría despersonalizadora de la sociedad entre sujetos que ya no se reconocen. La problematización de la existencia, tras la disolución de la identidad, condujo a indagar sobre la identidad de lo que somos en un contexto donde se desestabilizaron los roles sociales.
A ello hay que agregar la liberación extrema del individuo por obra y gracia de la sociedad de consumo y la cultura de masas, a través del poder omnipresente de los medios de comunicación, que mediante el recurso de lo libidinal explota toda clase de necesidades del cuerpo y del alma. Por este camino hemos arribado al punto en que la irreverencia ya no escandaliza, como resultado de la relativización de todos los valores; por el contrario, es el alimento de una sociedad vertiginosa, en la que toda novedad envejece al instante.
Complementan este conjunto de aspectos sociológicos y políticos otro de importancia fundamental: la pérdida de poder espiritual y social de la Iglesia Católica, ante la diáspora de sus feligreses, captados por numerosos movimientos sociales de inspiración protestante.
Dicha generación, iniciada cronológicamente por Carlos Illera (Popayán, 1957-1999) se ubica en el punto de transición de la Perestroika que dio origen a una nueva época de corte nihilista, retomando el camino de los poetas malditos, caracterizada por un resurgimiento de la libertad recobrada, una vez aflojada la pretina soviética que conllevó la caída del muro de Berlín. En nuestro medio se refleja en un cambio de referentes culturales expresado en dos ejemplos, el de la librería “El Zancudo” de vocación predominantemente política orientada a la izquierda y el de la librería “Macondo Libros Arte y Tertulia” que desbloqueó la rigidez de pensamiento imponiendo el nuevo espíritu lúdico de la época. También se da una nueva apropiación del Parque Caldas, retocado en su piso, el cual se constituyó en asiduo punto de encuentro de la bohemia literaria. Tantos factores reunidos que detallaremos en próximas entregas conllevaron el inicio de una modernidad tardía en Popayán semejante, quizá, guardando las proporciones y diferencias de circunstancia, a la modernidad literaria creada en Francia, un siglo atrás, por Rimbaud y Baudelaire a la cabeza de los llamados poetas llamados “malditos” por haber confrontado los valores sagrados del statu quo; algo similar ocurrió en Popayán con los poetas de la generación posterremoto.
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, 14 de junio de 2009
El terremoto de 1983 y la Constitución de 1991 no sólo cambiaron la fachada y el inquilinato institucional en Popayán, sino también el imaginario urbano, con nuevas expresiones sociales, culturales, políticas y económicas. Digamos que el sismo del 31 de marzo, despertó una conciencia espiritual distinta, entendido esto como caos generador de otro orden. Sin embargo, este acontecimiento telúrico no hubiera sido suficiente sin la reforma constitucional del 91 que reordenó las fuerzas sociales al invertir en cierta forma la pirámide política.
A partir de la reconstrucción de la ciudad hubo terreno abonado para muchos proyectos sociales, económicos, políticos y culturales. La producción literaria e intelectual se vio favorecida en una primera etapa a través de la creación de los Fondos Mixtos de Cultura regionales mediante los cuales se descentralizó la administración del Ministerio de Cultura de acuerdo con una más equitativa distribución de recursos. Estas entidades inicialmente apoyaron todas las expresiones artísticas e intelectuales, mediante diversas convocatorias y becas de trabajo. Posteriormente, con la llegada de Consuelo Araujo Noguera (la Casica) a la dirección del Ministerio de Cultura, y un poco antes con Ramiro Osorio, quien implementó políticas de apoyo para el sector cultural tomando como referente la experiencia mexicana, el proceso dio un viraje hacia el campo folclórico, que ahora intenta saldar la deuda histórica acumulada durante muchos siglos de exclusión y discriminación con las minorías étnicas del país.
Aparte de ello, en Popayán se dio un campo abonado para la creación literaria por su tradición de ciudad culta, por las contradicciones que salieron a flote y gracias al liderazgo en el campo educativo de profesores como Donaldo Mendoza y sus colaboradores en el colegio INEM, que a través de sus cátedras literarias, del trabajo en equipo y del periódico “Reconstrucción” dieron voz a una nueva generación en cierne de sectores humildes de la ciudad de Popayán, de donde ha egresado el mayor número integrantes del movimiento poético que ahora se destaca.
Luego, en la Universidad del Cauca se tuvo la fortuna de contar con la presencia del poeta más grande de Colombia, Giovanni Quessep, quien con su presencia pletórica de sensibilidad, espiritualidad y solvencia intelectual se convirtió en referente y guía no solamente para esa generación que dio sus pininos en el INEM, sino para el conjunto de Popayán que volvía a ser foco de atención nacional e internacional. A todo ello hay que sumar la creación de la revista de poesía “Ophelia” que integró a los poetas y organizó eventos de talla local, nacional e internacional como el “Encuentro de poesía Ciudad de Popayán” que alcanzó cerca de 10 versiones con invitados de calidad, esto gracias al apoyo interinstitucional de entidades comprometidas con el sector educativo y cultural como es el Banco de la República.
El grupo de bardos que componen la generación nueva de poetas en Popayán (en especial, Carlos Illera, Francisco Gómez Campillo, Felipe García Quintero, César Samboní, Edgar Caicedo, Marco Valencia e Hilda Inés Pardo) es vástago de una época llena de contradicciones, lo suficientemente vigorosa como para confrontar, desde lo poético, valores todavía dominantes, aunque con poca conciencia política y sin ninguna experiencia partidista. En tanto hecho literario, cultural y sociológico es un grupo que muestra solidez e identidad de conjunto, aunque sus poéticas tengan un sello muy personal. Es así, por ejemplo, que algunos conservan el tono lírico y confesional; otros, un tono coloquial cercano a la prosa. Sin embargo, comparten valores como la rebeldía frente a los símbolos tradicionales.
Este grupo se caracterizan también por la confrontación individual frente a la existencia, importándoles “su verdad”, en calidad de sujetos, fragmentados por diversos aspectos de orden familiar y social, y la búsqueda de un lenguaje propio. En su mayoría son poetas de provincia o de modesta condición socioeconómica, que se rebelan en el canto contra su propia condición de vida, frente a una sociedad tradicional en crisis, tanto en sus imaginarios como en la pérdida de poder económico y sociopolítico, en un proceso de reacomodo de nuevas fuerzas sociales con imaginarios distintos.
Se trata de una generación de voces emergentes que ponen de manifiesto la nueva situación de la ciudad, dominada por diversos actores sociales llegados de la provincia caucana después del terremoto, y por la estampida progresiva de los payaneses raizales a ciudades de mayor progreso. Este cambio social generó una dinámica distinta en la ciudad de Popayán, tras el surgimiento de nuevos fenómenos urbanos, propios de grandes ciudades: cinturones de miseria, delincuencia organizada, pandillismo, narcotráfico, consumo de estupefacientes, mendicidad generalizada, desplazamiento forzado desde zonas de conflicto, etc.
Tales fenómenos, ya comunes en nuestro país y agravados durante las dos últimas décadas, transformaron aceleradamente pueblos y ciudades, alterando las identidades sociales e individuales. Estos cambios, no obstante, generaron condiciones favorables a la creación estética. Uno de ellos fue el surgimiento de lo anónimo como categoría despersonalizadora de la sociedad entre sujetos que ya no se reconocen. La problematización de la existencia, tras la disolución de la identidad, condujo a indagar sobre la identidad de lo que somos en un contexto donde se desestabilizaron los roles sociales.
A ello hay que agregar la liberación extrema del individuo por obra y gracia de la sociedad de consumo y la cultura de masas, a través del poder omnipresente de los medios de comunicación, que mediante el recurso de lo libidinal explota toda clase de necesidades del cuerpo y del alma. Por este camino hemos arribado al punto en que la irreverencia ya no escandaliza, como resultado de la relativización de todos los valores; por el contrario, es el alimento de una sociedad vertiginosa, en la que toda novedad envejece al instante.
Complementan este conjunto de aspectos sociológicos y políticos otro de importancia fundamental: la pérdida de poder espiritual y social de la Iglesia Católica, ante la diáspora de sus feligreses, captados por numerosos movimientos sociales de inspiración protestante.
Dicha generación, iniciada cronológicamente por Carlos Illera (Popayán, 1957-1999) se ubica en el punto de transición de la Perestroika que dio origen a una nueva época de corte nihilista, retomando el camino de los poetas malditos, caracterizada por un resurgimiento de la libertad recobrada, una vez aflojada la pretina soviética que conllevó la caída del muro de Berlín. En nuestro medio se refleja en un cambio de referentes culturales expresado en dos ejemplos, el de la librería “El Zancudo” de vocación predominantemente política orientada a la izquierda y el de la librería “Macondo Libros Arte y Tertulia” que desbloqueó la rigidez de pensamiento imponiendo el nuevo espíritu lúdico de la época. También se da una nueva apropiación del Parque Caldas, retocado en su piso, el cual se constituyó en asiduo punto de encuentro de la bohemia literaria. Tantos factores reunidos que detallaremos en próximas entregas conllevaron el inicio de una modernidad tardía en Popayán semejante, quizá, guardando las proporciones y diferencias de circunstancia, a la modernidad literaria creada en Francia, un siglo atrás, por Rimbaud y Baudelaire a la cabeza de los llamados poetas llamados “malditos” por haber confrontado los valores sagrados del statu quo; algo similar ocurrió en Popayán con los poetas de la generación posterremoto.
NUEVA POESIA EN LA CRISIS DE LA CIUDAD LETRADA, POPAYÁN 1980-2005 (PARTE I)
¿POPAYÁN, UNA CIUDAD ESCINDIDA?
OMAR LASSO ECHAVARRÍA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
domingo, 31 de mayo de 2009
Como punto de partida tendremos en cuenta dos ideas importantes: 1- El fundamento de la sociedad capitalista es la estratificación económica y social basada en la libre competencia con un trasfondo secular 2- Las sociedad premoderna, en especial la medieval, es del orden estamental, cuyo fundamento jerárquico se basa en la cosmovisión religiosa, con roles asignados por el nacimiento y la tradición. Hasta 1.991, año de la promulgación de la nueva constitución, en Popayán encontramos una sociedad mixta, tendencia general en casi el resto del país propiciada por la constitución de 1886, que tiene en este caso particular características “sui generis”. Durante esta época fuimos una sociedad tradicional: pequeña, cerrada, religiosa, dominada en lo político y lo ideológico por una élite de larga tradición histórica. Los sectores medios se asimilaban a ese orden social, de igual modo los sectores marginales. Todos convivíamos bajo un mismo orden ideológico basado en la educación cívica, religiosa, política e histórica, cuyos valores fundamentales estaban en las buenas maneras, la sujeción a los principios religiosos, el altruismo y el patriotismo. En otras palabras, había unidad entre los poderes político, judicial, religioso, militar y civil, tal como rezan las introducciones en la oratoria de época. Bajo este esquema social Popayán mantenía una sólida unidad e identidad social, política y cultural. La literatura culta de la época da testimonio de lo anterior en sus loas a la ciudad inspiradas en lo cívico, lo religioso y lo patriótico. Todo ello, sin duda, favorecido por la posición geográfica, incrustada en un valle ondulado, interandino, que la hacía refractaria a las influencias externas, pese al flujo creciente de la comunicación terrestre y aérea con la capital y las regiones vecinas de Valle y Nariño, especialmente.
Pensamos ahora que son muchos los factores que contribuyeron al resquebrajamiento de ese viejo orden. En especial y de modo determinante dos: 1- El terremoto de 1983 que destruyó materialmente la ciudad y conllevó el desplazamiento de sus familias prestigiosas y la inmigración masiva de gentes de otras regiones caucanas, presionadas por la violencia y la búsqueda de oportunidades, son los dos fenómenos demográficos que caracterizan esta época de cambios. Sin embargo, los valores tradicionales de Popayán, la tranquilidad cotidiana, su tradición cultural y el prestigio de la educación superior, continuaron siendo de interés para habitantes de otras regiones. Esta condición de ciudad receptora, en gran medida le ha aportado a Popayán fuerza laboral y, con ello, recursos económicos. Lo anterior es complementario de la migración acelerada que irrumpió en la ciudad durante y después del sismo, que ahora se suma a los desplazados y otros desheredados de las regiones pobres del suroccidente del país.
Si bien la reconstrucción de la ciudad dio empuje económico, y el aumento considerable de la población creó las condiciones favorables para la intensificación del comercio, en poco tiempo Popayán se masificó, el transporte superó la capacidad vial y los principales supermercados de cadena llegaron para establecerse. Hoy día Popayán se considera una ciudad intermedia de gran vigor que intenta zafarse de sus estructuras tradicionales. Este proceso es común a varias ciudades del país, pero en Popayán lo acompaña otro fenómeno adicional que es de interés plantear: la fracturación del imaginario colectivo. Los migrantes estigmatizados por los payaneses raizales como indeseables no han sido asimilados al entorno sociocultural de la ciudad, siendo calificados de advenedizos oportunistas y considerados como espectadores de una historia y una tradición que sólo a ellos pertenece. El caso, por ejemplo, es la Semana Santa. Este evento religioso y cultural es el más importante de los celebrados en la ciudad como patrimonio inalienable de los payaneses raizales, quienes cooptan los papeles más importantes de la puesta en escena, que por tradición corresponde a las familias tradicionales quienes mejor representan los valores de la ciudad, pasando de generación en generación por el sistema de herencia. En cambio, la procesión del santo Ecce Homo, celebrada el 1 de mayo, constituye un caso opuesto, sin solemnidad en el boato, pero de humildad, concurrencia y religiosidad extraordinarias. En su día se paraliza el centro de la ciudad, no por la gente que se aposta a lado y lado de la calle a mirar, sino por los alumbrantes que en desfile interminable llenan cuadras y cuadras. Es rarísimo ver en esta procesión a algún payanés de la clase tradicional, lo cual es sintomático de lo que representa la Semana Santa Mayor en el imaginario de las familias tradicionales que logra unir una representación completa de la ciudad en todos sus poderes y estratos sociales, con papeles bien determinados que hacen alusión al viejo Popayán de castas dominantes. 2- La promulgación de la Constitución de 1991 que cambió el orden político regido por la centenaria constitución de 1886, de carácter cuasi estamental que establecía un régimen político-administrativo homogéneo de la pirámide a la base, ideal para las clases dominantes. La nueva constitución dio al traste con este sistema ampliando la participación política a un amplio número de desheredados del poder, a través de figuras constitucionales como la Tutela, las Acciones Populares, el Derecho de Petición, los Derechos Fundamentales y, finalmente, mediante la ampliación de la elección popular de gobernadores y alcaldes.
Quizá más del 50% de los actuales pobladores de la ciudad son foráneos, provenientes de otros municipios y departamentos. En términos estadísticos Popayán es hoy una ciudad diversa, multiétnica y multigeográfica. Sin embargo, falta la argamasa que integre a todo este conglomerado en un nuevo o renovado imaginario de ciudad, que permita comprometerla con su destino de ciudad culta, educadora, incluyente y acogedora. Ese 50 % o más de sus pobladores se sienten por fuera del acogimiento de la madre nutricia, como hijos expósitos a quienes niega los privilegios que otros tienen. Popayán es una ciudad de la que muchos viven enamorados, pero ella se acompleja, como la novia, de sus amores plebeyos. ¿Quién, que no sea de este lugar, no ha sentido su belleza y algunas veces su dureza en el trato cotidiano?
Encontramos que el viejo Popayán ahora es parte de la leyenda literaria que pocos cantan, porque su voz ya no encuentra eco en las voces nuevas o porque las generaciones del presente no se sienten identificadas con sus símbolos ni valores. Es así como la nueva escritura en Popayán nace de esta tensión de la ciudad que todos quieren pero que sin embargo excluye. Como huérfanos de esa antigua madre, son voces que representan otra realidad, tal vez se trata de una generación “plebeya” que adquirió conciencia y dolor de ciudad, que aprendió a cantar rebelándose desde el fondo de sus dificultades, sintiendo la crisis y la extrañeza de esta ciudad que ha mantenido a muchos en la orilla contraria a la de sus favores y virtudes. Los nuevos protagonistas no representan a la ciudad letrada que dominaba no sólo la vida cultural sino también la política, pues ninguno ha tenido pretensiones de poder y mejor son la expresión de los sectores humildes y populares, de la ciudad provincia que en esencia es Popayán y que han adquirido reconocimiento por fuera, en la actual literatura colombiana, tal y como intentamos demostrar.
OMAR LASSO ECHAVARRÍA
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
domingo, 31 de mayo de 2009
Como punto de partida tendremos en cuenta dos ideas importantes: 1- El fundamento de la sociedad capitalista es la estratificación económica y social basada en la libre competencia con un trasfondo secular 2- Las sociedad premoderna, en especial la medieval, es del orden estamental, cuyo fundamento jerárquico se basa en la cosmovisión religiosa, con roles asignados por el nacimiento y la tradición. Hasta 1.991, año de la promulgación de la nueva constitución, en Popayán encontramos una sociedad mixta, tendencia general en casi el resto del país propiciada por la constitución de 1886, que tiene en este caso particular características “sui generis”. Durante esta época fuimos una sociedad tradicional: pequeña, cerrada, religiosa, dominada en lo político y lo ideológico por una élite de larga tradición histórica. Los sectores medios se asimilaban a ese orden social, de igual modo los sectores marginales. Todos convivíamos bajo un mismo orden ideológico basado en la educación cívica, religiosa, política e histórica, cuyos valores fundamentales estaban en las buenas maneras, la sujeción a los principios religiosos, el altruismo y el patriotismo. En otras palabras, había unidad entre los poderes político, judicial, religioso, militar y civil, tal como rezan las introducciones en la oratoria de época. Bajo este esquema social Popayán mantenía una sólida unidad e identidad social, política y cultural. La literatura culta de la época da testimonio de lo anterior en sus loas a la ciudad inspiradas en lo cívico, lo religioso y lo patriótico. Todo ello, sin duda, favorecido por la posición geográfica, incrustada en un valle ondulado, interandino, que la hacía refractaria a las influencias externas, pese al flujo creciente de la comunicación terrestre y aérea con la capital y las regiones vecinas de Valle y Nariño, especialmente.
Pensamos ahora que son muchos los factores que contribuyeron al resquebrajamiento de ese viejo orden. En especial y de modo determinante dos: 1- El terremoto de 1983 que destruyó materialmente la ciudad y conllevó el desplazamiento de sus familias prestigiosas y la inmigración masiva de gentes de otras regiones caucanas, presionadas por la violencia y la búsqueda de oportunidades, son los dos fenómenos demográficos que caracterizan esta época de cambios. Sin embargo, los valores tradicionales de Popayán, la tranquilidad cotidiana, su tradición cultural y el prestigio de la educación superior, continuaron siendo de interés para habitantes de otras regiones. Esta condición de ciudad receptora, en gran medida le ha aportado a Popayán fuerza laboral y, con ello, recursos económicos. Lo anterior es complementario de la migración acelerada que irrumpió en la ciudad durante y después del sismo, que ahora se suma a los desplazados y otros desheredados de las regiones pobres del suroccidente del país.
Si bien la reconstrucción de la ciudad dio empuje económico, y el aumento considerable de la población creó las condiciones favorables para la intensificación del comercio, en poco tiempo Popayán se masificó, el transporte superó la capacidad vial y los principales supermercados de cadena llegaron para establecerse. Hoy día Popayán se considera una ciudad intermedia de gran vigor que intenta zafarse de sus estructuras tradicionales. Este proceso es común a varias ciudades del país, pero en Popayán lo acompaña otro fenómeno adicional que es de interés plantear: la fracturación del imaginario colectivo. Los migrantes estigmatizados por los payaneses raizales como indeseables no han sido asimilados al entorno sociocultural de la ciudad, siendo calificados de advenedizos oportunistas y considerados como espectadores de una historia y una tradición que sólo a ellos pertenece. El caso, por ejemplo, es la Semana Santa. Este evento religioso y cultural es el más importante de los celebrados en la ciudad como patrimonio inalienable de los payaneses raizales, quienes cooptan los papeles más importantes de la puesta en escena, que por tradición corresponde a las familias tradicionales quienes mejor representan los valores de la ciudad, pasando de generación en generación por el sistema de herencia. En cambio, la procesión del santo Ecce Homo, celebrada el 1 de mayo, constituye un caso opuesto, sin solemnidad en el boato, pero de humildad, concurrencia y religiosidad extraordinarias. En su día se paraliza el centro de la ciudad, no por la gente que se aposta a lado y lado de la calle a mirar, sino por los alumbrantes que en desfile interminable llenan cuadras y cuadras. Es rarísimo ver en esta procesión a algún payanés de la clase tradicional, lo cual es sintomático de lo que representa la Semana Santa Mayor en el imaginario de las familias tradicionales que logra unir una representación completa de la ciudad en todos sus poderes y estratos sociales, con papeles bien determinados que hacen alusión al viejo Popayán de castas dominantes. 2- La promulgación de la Constitución de 1991 que cambió el orden político regido por la centenaria constitución de 1886, de carácter cuasi estamental que establecía un régimen político-administrativo homogéneo de la pirámide a la base, ideal para las clases dominantes. La nueva constitución dio al traste con este sistema ampliando la participación política a un amplio número de desheredados del poder, a través de figuras constitucionales como la Tutela, las Acciones Populares, el Derecho de Petición, los Derechos Fundamentales y, finalmente, mediante la ampliación de la elección popular de gobernadores y alcaldes.
Quizá más del 50% de los actuales pobladores de la ciudad son foráneos, provenientes de otros municipios y departamentos. En términos estadísticos Popayán es hoy una ciudad diversa, multiétnica y multigeográfica. Sin embargo, falta la argamasa que integre a todo este conglomerado en un nuevo o renovado imaginario de ciudad, que permita comprometerla con su destino de ciudad culta, educadora, incluyente y acogedora. Ese 50 % o más de sus pobladores se sienten por fuera del acogimiento de la madre nutricia, como hijos expósitos a quienes niega los privilegios que otros tienen. Popayán es una ciudad de la que muchos viven enamorados, pero ella se acompleja, como la novia, de sus amores plebeyos. ¿Quién, que no sea de este lugar, no ha sentido su belleza y algunas veces su dureza en el trato cotidiano?
Encontramos que el viejo Popayán ahora es parte de la leyenda literaria que pocos cantan, porque su voz ya no encuentra eco en las voces nuevas o porque las generaciones del presente no se sienten identificadas con sus símbolos ni valores. Es así como la nueva escritura en Popayán nace de esta tensión de la ciudad que todos quieren pero que sin embargo excluye. Como huérfanos de esa antigua madre, son voces que representan otra realidad, tal vez se trata de una generación “plebeya” que adquirió conciencia y dolor de ciudad, que aprendió a cantar rebelándose desde el fondo de sus dificultades, sintiendo la crisis y la extrañeza de esta ciudad que ha mantenido a muchos en la orilla contraria a la de sus favores y virtudes. Los nuevos protagonistas no representan a la ciudad letrada que dominaba no sólo la vida cultural sino también la política, pues ninguno ha tenido pretensiones de poder y mejor son la expresión de los sectores humildes y populares, de la ciudad provincia que en esencia es Popayán y que han adquirido reconocimiento por fuera, en la actual literatura colombiana, tal y como intentamos demostrar.
EL VUELO ARTÍSTICO DE LA PROVINCIA
EL VUELO ARTÍSTICO DE LA PROVINCIA
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, 24 de mayo de 2009
Cuando nos dirigimos al Norte de Popayán, en ruta obligada por el barrio Bolívar, nos topamos con el mural de la facultad de Medicina, alusivo a la historia médica, obra del artista Belisario Gómez, profesor de artes de la facultad de Humanidades. Este mural se ubica estratégicamente frente al semáforo que desenreda, allí, el nudo del tráfico. Me gusta su horizonte encendido porque nos transporta a la evocadora lejanía de este cielo familiar; lo demás me hace pensar en el pobre tiempo que nos toca vivir, que no distingue una idea grande de otra menor. Lo paradógico es que siendo esta una época de especialistas, se ignore o no se consulte el punto de vista de los expertos y, por el contrario, se tomen decisiones autocráticas, quizá por vanidad o para hacer alardes de que se tiene el poder; creyendo así que el punto de vista personal, reducido, es el reflejo de la gran cultura.
Cuando el bus se detiene a un lado del mural, nuestra sensibilidad se rebela y se agolpa sobre nuestra cabeza y corazón lo negativo del actual Popayán, de la ineficacia de sus dirigentes, sin grandeza, sin vocación cultural, con apenas brochasos de información; y también de sus gentes, que desconocen el suelo donde viven, ciegos frente a la historia y las altas cotas alcanzadas en las artes, pobres de espíritu, pensamiento y sensibilidad. Entonces nos abruma este presente detestable, donde sólo hay sitio para los oportunistas. Y pienso en los nuevos símbolos de la otrora ciudad eterna: El citado mural de la Facultad de Medicina que “pretende” imitar “apoteosis de Popayán”, de Efraín Martínez; la estrepitosa discoteca Corona-Bar del hotel La casona del Virrey, en el corazón de la ciudad, émulo del Teatro Municipal para las nuevas generaciones; la fundación Flauta de Chancaca que supera en gestión a la Casa de la Cultura, al Fondo Mixto de cultura y a la Casa Valencia; las universidades Autónoma, Cooperativa, Nariño, Colegio Mayor, que en breve tiempo le pisan los talones a la Universidad señera, hoy sumida en el atraso y en la vocación de lo alternativo que exhibe, como bandera, proyectos de investigación sin relevancia, de escasa financiación, con valores que oscilan entre cuatro y cinco millones de pesos, que apenas sirven para crear una falsa imagen de universidad investigadora. En cambio, se gastó una cifra cuantiosa en un mural de pobreza imaginativa, elemental, que desperdicia una técnica y unos materiales de mucho valor. El tema del mural se agota en la percepción de lo visto; no sugiere algo poético o estético; tampoco permite volar y nos mantiene aferrados a lo trivial. Cuando estoy frente a él me acuerdo de las ilustraciones de un texto escolar, de una cartilla de caramelos, del corte de pelo de los años setenta y de una publicidad de dentífricos.
Es oportuno contar que el proyecto pictórico se presentó a consideración del departamento de Artes de la Facultad de Humanidades, donde no tuvo acogida, sin duda por las limitaciones que saltan a la vista.
A continuación, algunas modestas apreciaciones sobre el mural:
1. ¿Se trata de una obra de arte o de una artesanía? Porque en nuestro parecer predomina la técnica sobre lo artístico.
2. El mural presupone una idea de progreso en sentido lineal, resultado de una historia evolutiva, en la que los respectivos estadios van quedando atrás, como etapas sepultadas por los vencedores. Modelo éste que entró en crisis hace décadas, con la nueva historia. Por tanto, queda planteada la inactualidad histórica del mural. Como se observa el tema se desplaza de la sombra a la luz.
3. Se hace un tratamiento inadecuado del tema social, que el artista fijó en el siglo antepasado, con el triunfo de la raza blanca sobre indígenas, afros y mestizos. Desvirtuándose de este modo una realidad étnica diversa y culturalmente híbrida, reconocida a través del multicuralismo inserto en las constituciones y en las ciencias sociales contemporáneas. En este sentido, el mural tiene un evidente matiz elitista, que refleja la característica de la Facultad de Medicina de otras épocas, en proceso de superación (?)
4. El mural adolece de pobreza estética, como si el pintor desconociera la historia del arte. Se observa un estilo plano de secuencias históricas, donde cada escena da paso a la siguiente, en estaciones sucesivas, como si se borraran los momentos anteriores, haciendo del mestizaje étnico y cultural una estratificación social donde lo eurocéntrico y el logocentrismo es el referente válido. Más que una pintura de tema unitario, se trata de dibujos adosados a un plano, donde la figura es casi fotográfica, sin ninguna riqueza semántica. Pero además, los íconos tienen aspecto de maniquíes pertenecientes a una iconografía desusada, que sobresale, chocantemente, en las dos figuras que portan la antorcha triunfadora.
5. Se desconoce de plano la crisis de la medicina alopática, que ha roto el monopolio de la medicina ortodoxa basada en la farmacopea química, imperando un concepto positivista, ello en detrimento de otras medicinas, como la bioenergética, y la tradición cultural de las diferentes comunidades que tienen y desarrollan aún sus propios sistemas médicos.
6. Finalmente, conviene reflexionar sobre del papel de la Universidad del Cauca en su labor cultural y sus vínculos con el devenir de la ciudad. ¿La universidad está comprometida, realmente, con un proyecto de ciudad? ¿Realiza esfuerzos para avanzar en el desarrollo cultural? Lo que reclamamos es la permeabilidad de la sociedad, en su vida cotidiana. La universidad y las instituciones culturales deben poner en movimiento la enorme masa espiritual o mental de la población para recrear el imaginario cultural, a través de convocatorias artísticas, por ejemplo, de ensayo, cuento, novela, poesía, pintura, teatro, audiovisuales, música, folclor, etc. Al revés de este propósito no apoyó el concurso de cuento promovido por su emisora, cuyo premio era de $500.000, aduciendo falta de presupuesto. Esa potencia cultural en nuestro medio está dormida bajo sedantes slogans como los siguientes: Popayán ciudad culta, la Universidad de los 17 presidentes, la Jerusalén de América, y ahora, una universidad con profundo impacto social, y la capital mundial de la gastronomía, etc., cuya falta de modestia encubre sus reducidos alcances.
Por: Omar Lasso Echavarría
Email: omarmacondolibros@hotmail.com
ESPECIAL PARA EL LIBERAL
Domingo, 24 de mayo de 2009
Cuando nos dirigimos al Norte de Popayán, en ruta obligada por el barrio Bolívar, nos topamos con el mural de la facultad de Medicina, alusivo a la historia médica, obra del artista Belisario Gómez, profesor de artes de la facultad de Humanidades. Este mural se ubica estratégicamente frente al semáforo que desenreda, allí, el nudo del tráfico. Me gusta su horizonte encendido porque nos transporta a la evocadora lejanía de este cielo familiar; lo demás me hace pensar en el pobre tiempo que nos toca vivir, que no distingue una idea grande de otra menor. Lo paradógico es que siendo esta una época de especialistas, se ignore o no se consulte el punto de vista de los expertos y, por el contrario, se tomen decisiones autocráticas, quizá por vanidad o para hacer alardes de que se tiene el poder; creyendo así que el punto de vista personal, reducido, es el reflejo de la gran cultura.
Cuando el bus se detiene a un lado del mural, nuestra sensibilidad se rebela y se agolpa sobre nuestra cabeza y corazón lo negativo del actual Popayán, de la ineficacia de sus dirigentes, sin grandeza, sin vocación cultural, con apenas brochasos de información; y también de sus gentes, que desconocen el suelo donde viven, ciegos frente a la historia y las altas cotas alcanzadas en las artes, pobres de espíritu, pensamiento y sensibilidad. Entonces nos abruma este presente detestable, donde sólo hay sitio para los oportunistas. Y pienso en los nuevos símbolos de la otrora ciudad eterna: El citado mural de la Facultad de Medicina que “pretende” imitar “apoteosis de Popayán”, de Efraín Martínez; la estrepitosa discoteca Corona-Bar del hotel La casona del Virrey, en el corazón de la ciudad, émulo del Teatro Municipal para las nuevas generaciones; la fundación Flauta de Chancaca que supera en gestión a la Casa de la Cultura, al Fondo Mixto de cultura y a la Casa Valencia; las universidades Autónoma, Cooperativa, Nariño, Colegio Mayor, que en breve tiempo le pisan los talones a la Universidad señera, hoy sumida en el atraso y en la vocación de lo alternativo que exhibe, como bandera, proyectos de investigación sin relevancia, de escasa financiación, con valores que oscilan entre cuatro y cinco millones de pesos, que apenas sirven para crear una falsa imagen de universidad investigadora. En cambio, se gastó una cifra cuantiosa en un mural de pobreza imaginativa, elemental, que desperdicia una técnica y unos materiales de mucho valor. El tema del mural se agota en la percepción de lo visto; no sugiere algo poético o estético; tampoco permite volar y nos mantiene aferrados a lo trivial. Cuando estoy frente a él me acuerdo de las ilustraciones de un texto escolar, de una cartilla de caramelos, del corte de pelo de los años setenta y de una publicidad de dentífricos.
Es oportuno contar que el proyecto pictórico se presentó a consideración del departamento de Artes de la Facultad de Humanidades, donde no tuvo acogida, sin duda por las limitaciones que saltan a la vista.
A continuación, algunas modestas apreciaciones sobre el mural:
1. ¿Se trata de una obra de arte o de una artesanía? Porque en nuestro parecer predomina la técnica sobre lo artístico.
2. El mural presupone una idea de progreso en sentido lineal, resultado de una historia evolutiva, en la que los respectivos estadios van quedando atrás, como etapas sepultadas por los vencedores. Modelo éste que entró en crisis hace décadas, con la nueva historia. Por tanto, queda planteada la inactualidad histórica del mural. Como se observa el tema se desplaza de la sombra a la luz.
3. Se hace un tratamiento inadecuado del tema social, que el artista fijó en el siglo antepasado, con el triunfo de la raza blanca sobre indígenas, afros y mestizos. Desvirtuándose de este modo una realidad étnica diversa y culturalmente híbrida, reconocida a través del multicuralismo inserto en las constituciones y en las ciencias sociales contemporáneas. En este sentido, el mural tiene un evidente matiz elitista, que refleja la característica de la Facultad de Medicina de otras épocas, en proceso de superación (?)
4. El mural adolece de pobreza estética, como si el pintor desconociera la historia del arte. Se observa un estilo plano de secuencias históricas, donde cada escena da paso a la siguiente, en estaciones sucesivas, como si se borraran los momentos anteriores, haciendo del mestizaje étnico y cultural una estratificación social donde lo eurocéntrico y el logocentrismo es el referente válido. Más que una pintura de tema unitario, se trata de dibujos adosados a un plano, donde la figura es casi fotográfica, sin ninguna riqueza semántica. Pero además, los íconos tienen aspecto de maniquíes pertenecientes a una iconografía desusada, que sobresale, chocantemente, en las dos figuras que portan la antorcha triunfadora.
5. Se desconoce de plano la crisis de la medicina alopática, que ha roto el monopolio de la medicina ortodoxa basada en la farmacopea química, imperando un concepto positivista, ello en detrimento de otras medicinas, como la bioenergética, y la tradición cultural de las diferentes comunidades que tienen y desarrollan aún sus propios sistemas médicos.
6. Finalmente, conviene reflexionar sobre del papel de la Universidad del Cauca en su labor cultural y sus vínculos con el devenir de la ciudad. ¿La universidad está comprometida, realmente, con un proyecto de ciudad? ¿Realiza esfuerzos para avanzar en el desarrollo cultural? Lo que reclamamos es la permeabilidad de la sociedad, en su vida cotidiana. La universidad y las instituciones culturales deben poner en movimiento la enorme masa espiritual o mental de la población para recrear el imaginario cultural, a través de convocatorias artísticas, por ejemplo, de ensayo, cuento, novela, poesía, pintura, teatro, audiovisuales, música, folclor, etc. Al revés de este propósito no apoyó el concurso de cuento promovido por su emisora, cuyo premio era de $500.000, aduciendo falta de presupuesto. Esa potencia cultural en nuestro medio está dormida bajo sedantes slogans como los siguientes: Popayán ciudad culta, la Universidad de los 17 presidentes, la Jerusalén de América, y ahora, una universidad con profundo impacto social, y la capital mundial de la gastronomía, etc., cuya falta de modestia encubre sus reducidos alcances.
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